No se confundan, no acostumbro a emplear refranes ni en mi lenguaje diario ni en mis escritos. Lo que me ocurre hoy es que he oído, en mi emisora de radio preferida, como un señor insultaba a los emigrantes venidos del otro lado del mundo. Se ha salvado porque vivo en un séptimo piso, en caso contrario hubiera cantado La Traviata en chino.

¿Tan desmemoriados somos que ya se nos ha olvidado que los europeos nos quitamos el hambre cuando fuimos a convertir a los habitantes de aquellas tierras a las que pusimos por mote El nuevo mundo?

Seamos serios, ni nos invitaron ni nos necesitaban; aquellas eran sus tierras, aquellas eran sus costumbres y nuestros antepasados se beneficiaron sin pedir permiso. Lo que ponía en nuestros libros de Historia era la justificación. Pensemos: ¿Si no hubieran tenido noticias de lo que iban a encontrar SSMM españolas les habrían ayudado? Pensar, pensemos, que aún no nos cuesta nada. Mis padres me llamaban «guerrera», y yo, como soy comprensiva les dedicaba una sonrisa angelical. Ya ven, si en el fondo soy casi buena. Lo juro.

¡Jesús, qué enfado han pillado mis vecinos porque la semana pasada les conté que en el cementerio de mi barrio había muy pocas personas adornando las tumbas de sus familiares!

Les aseguro, vecinos, que no ha sido mi intención criticarles, todo lo contrario. Si vivo en esta parte de Málaga es porque yo la elegí como la mejor. Podría haber elegido cualquier otra pero no, lo hicimos porque nos gustaban sus gentes, sus playas y sus colegios. No todos pueden elegir; somos una familia con suerte, si la vida nos ha dado problemas, ella misma nos ha dado soluciones. ¡Somos muy afortunados!