Hace un par de semana escribía que la política tiene sus propios tiempos; y Francisco de la Torre, los suyos. Pues sí. El alcalde de Málaga quiere manejar sus tiempos y con sus continuas ambigüedades y cambios de opinión sobre su jubilación política que anunció su mujer Rosa Francia en una entrevista en la Cope está alimentando una llama que puede devorar al Partido Popular en Málaga e incluso poner en riesgo la alcaldía de la ciudad más importante donde gobiernan. Es un decir, pero no pinta bien la cosa.

Algo similar le sucedió al PP en Huelva hace tres años cuando se trató de convencer al taciturno Pedro Rodríguez que había llegado su hora, su hora política, claro. Los populares perdieron la alcaldía donde gobernaba Pedro-Perico Rodríguez con mayorías absoluta desde hace veinte años. Había votantes que no habían visto a otro cabeza de cartel y el mediático y popular Rodríguez estaba confiado en el tirón de su marca personal, Perico. No había mitin del PP en los 79 pueblos de Huelva donde no fuera la estrella; llamaba a cada periodista por su nombre, a cada vecino; apretaba casi quinientas manos por día... Besos miles. Su agenda de trabajo era insufrible, con varios actos incluso a la misma hora. Su carisma parecía intratable. Pero llegó el día de las municipales y el PSOE se convirtió en la lista más votada con 11 ediles, mientras que el PP pasaba de la mayoría absoluta a ocho concejales, Ciudadanos lograba tres, al igual que IU, mientras que la Mesa de la Ría conseguía uno y Participa Huelva entraba en el Consistorio también con un edil. El PP perdió la alcaldía de Huelva y Pedro Rodríguez que pudo irse a tiempo como Pedro El Grande, se fue como Perico de los palotes.

La dirección del PP barajó meses antes a las elecciones municipales de 2015 relevar al alcalde al entender que su proyecto, tras veinte años, estaba agotado y que era necesario aprovechar aún la inercia para subir a otro candidato para que navegara con comodidad en la cresta de la ola que te proporciona una mayoría absoluta y el bastón de mando municipal. Pero Rodríguez no cedió. Creía en su legado. En varias entrevistas en medios locales desafiaba, mientras se discutía su continuidad, que el día que no se presentara «el PP lo tendrá complicado en Huelva»; o que «había nacido para ser alcalde de Huelva». Más o menos, dijo que su madre había tenido un alcalde y no un hijo. Nadie pudo hacerle cambiar de opinión. Es más, Rodríguez apretó como buen espartano su agenda de más y más actos y de más y más trabajo. Se pateó Huelva como si le fuera la vida en ello, que le iba.

El delfinario. También dedicó parte de su tiempo en mantener el delfinario limpio de sucesores y así durante los meses previos a las elecciones municipales, Pedro Rodríguez reservó horas para practicar la pesca furtiva de delfines y ballenatos que chapoteaban en su despacho de la Gran Vía. No los pudieron salvar ni varias lanchas de Greenpeace atracadas en la ría.

Luego diseñó una campaña electoral donde prescindió del logo del PP y se refugió en su nombre de pila, Perico, para lanzarse a su séptima contienda electoral como un pistolero solitario. Sólo, sin partido, sin siglas, pero alimentado por el cariño de sus vecinos. Eso creía. Lo fiaba todo a que su alcaldía había transformado la ciudad de Huelva. No le sirvieron ni los golpes de efecto de última como el derribo del viaducto de la avenida de Cádiz o la inauguración del Parque Colombino de Isla Chica para combatir al desgaste de los 20 años de gobierno.

Pero esa fue la historia de Perico Rodríguez, el político que había nacido para ser alcalde de Huelva o que la víspera electoral recordaba que el PP lo tendría complicado el día que él no fuera el candidato.

Sabemos Málaga no es Huelva. Aquí hay boquerones en vez de gambas. Por eso no busquen paralelismos, aunque alguna mente malévola trate de ver cierto parecido político entre Perico Rodríguez y Paco de la Torre. No. Les une que son de la misma generación; que han transformado sus ciudades; que nacieron para ser alcaldes y, que no se olvide, que militan en el PP. No busquen más.

El libro de Málaga. Huelva escribió ya su propia historia y la de Málaga y la del candidato del PP a la alcaldía está aún por escribir. Sabemos por el prólogo que estamos ante una novela negra, aunque abunda también la ironía y el humor. El autor dice que le sale, por lo menos, una novela de dos tomos del tirón y eso que, algo inhabitual, la escribe sin saber el final, aunque intuye que el mayordomo sabe algo. Ha plasmado ya ciertas pistas en el prólogo que orientan sobre quién es la víctima. Se sabe que hay protagonistas secundarios que se pasan de bando. También hay un capítulo donde dos personajes conversan sobre las lealtades y en otro se cuenta como uno de los protagonistas principales optará por recorrer con paciencia la Senda Litoral a la espera de que florezca la primavera de 2018. Piensa ya que no es tiempo de avales, si no de esperar que pasen las cuatro estaciones.

Extraña también que el autor haya incluido en el libro un cameo de un personaje con coleta y camisa naranja que aprovecha el revuelo entre padre e hijo político para mostrar a los ciudadanos que es capaz de dar estabilidad a Málaga y soñar con el sillón municipal. Y se incluye en el libro una breve pero interesante capítulo de otro personaje con cierto protagonismo que escudriña la trama sin miedo a ningún zorro y con la intención de llevarse algo que comer a su madriguera, hambrienta de poder desde 1995 cuando otro alcalde apuró hasta el final su mandato.

Málaga, a diferencia de Huelva donde el libro ya se editó, aún va por el prólogo de una historia cuyos últimos capítulos están por escribir. El autor duda entre escoger el epílogo que narra las desventuras de Perico el de los palotes o tirar por una trama nueva, donde sabemos cómo será el nudo de la historia pero no el desenlace el día que se vote en las urnas. El autor decidirá, como siempre, que trama será la mejor para que su libro sea un éxito. Hasta ahora tiene un lío.