Tener hijos en un mundo como el nuestro es mucho más difícil de lo que queremos o estamos dispuestos a creer. Sobre todo para las madres (como siempre, por cierto, pero con matices que invisibilizan el problema y por eso mismo lo agudizan). Una sociedad así, formada por personas egocéntricas, competitivas, hedonistas, alérgicas al compromiso, banales y poco proclives a empatizar de verdad con los vulnerables (los niños, los enfermos, los ancianos), no propicia la maternidad por más que anime a ella con toda clase de señuelos y paradojas irresueltas. Como hizo Carolina del Olmo en su libro “¿Dónde está mi tribu? Maternidad y crianza en una sociedad individualista” y ahora Orna Donath en “Madres arrepentidas. Una mirada radical sobre la maternidad y sus falacias sociales”, ser madre, además de muy complicado (conciliación con el trabajo, modelos pediátricos enemigos fomentando el desasosiego, mitos arraigados en el subconsciente adquiriendo densidad y legitimidad gracias a películas y novelas y revistas), en demasiados casos no conduce a ese estado de plenitud prometido desde las distintas instancias políticas, sociales, psicológicas y meramente cotidianas. El capitalismo salvaje y el liberalismo insolidario, según la primera, y una incompleta implantación de los avances del feminismo, según la segunda, frustran, engañan y colocan en un lugar incómodo, casi en una cárcel, a infinidad de mujeres.

Tanto Carolina del Olmo como Orna Donath se enfrentan a todas estas cuestiones como madres, interrogando a otras madres y a otros padres (porque cada cual es diferente y esa diferencia tiene que estar incluida en un discurso que se pretende igualitario) y leyendo. Combinando experiencias autobiográficas y datos, por decirlo así, externos, repasan muchas de las cuestiones que preocupan a las madres. Del Olmo, por ejemplo, analiza el colecho y el destete, que enciende de fascismo o de ingenuismo neorromántico las redes sociales y los anaqueles de las librerías; la ética del cuidado, tan necesaria en un mundo que hace todo lo posible por olvidarse de los débiles, y las repercusiones de la culpa, de las que se benefician los psicoanalistas y el resto de profesionales del alma; la conciliación de la vida laboral y la crianza de los hijos, algo casi imposible todavía hoy después de que sucesivos ministerios hayan propuesto iniciativas erróneas e hipócritas; el agotamiento y la soledad de las madres, que han sido desgajadas a la fuerza de la cadena milenaria que transmitía saberes, técnicas pediátricas y ayuda comunal (la tribu del título); la Liga de la Leche y los abuelos como retaguardia de apoyo; la educación basada en la bondad innata del niño versus la educación basada en la necesidad de transmitirle valores positivos a alguien que nace con buena parte de su hoja de instrucciones para vivir, y para ser feliz y hacer felices a los demás, en blanco. Donath, por su parte, insiste en que las madres arrepentidas no son madres que no quieran a sus hijos (los quieren con igual pasión que las demás madres) sino madres defraudadas e indignadas por una experiencia que les habían vendido de una manera y ha acabo siendo de otra muy distinta.

Como dice Carolina del Olmo al final de su inteligente, excelentemente escrito y muy necesario libro, un hijo no es sólo una oportunidad para cambiarle a uno sino también, y quizás sobre todo, una oportunidad para cambiar el mundo. Seguro que Orna Dornath estaría de acuerdo con esta idea. Y ambas, presume uno, con esta otra: que quizás haya que cambiar el mundo antes de ponerse a tener hijos en él.