No sé si el espeto de sardinas será alguna vez patrimonio de la humanidad, pero para el que suscribe, comerlos es todo un rasgo de civilización, una fuente de placer, una bendición salutífera. Pocas cosas tan placenteras como un vaso de vino o cerveza, un espeto y toda la mar enfrente. Sin niños cerca jugando a la pelotita, si puede ser. Y si es usted muy sibarita añádale a la escena rumor de olas.

El espetismo propicia además la relajación, la buena conversación, la fraternidad, la alegría. Si la gente comiera más espetos habría menos discusiones, incluso menos guerras. Yo a los nacionalistas les daría espetos y vería usted si se ponían o no después a dialogar. O a practicar el universalismo. El espeto no traza fronteras.

La sardina aporta grasa buena, omegas de esos ultrabeneficiosos. Espetarlas es además un arte, un patrimonio muy nuestro, una forma de hacer, un rasgo de identidad. Viene esto a cuento porque una entidad de Marbella ha comenzado a recabar apoyos para pedir a la Unesco que declare el espeto de sardinas Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Se trata del colectivo Marbella Activa, que aprobó en una asamblea general de socios promover la solicitud para la candidatura. Pues, hombre, no cabe duda de que en este asunto hemos de arrimar el ascua a nuestra sardina. Por santa Catalina, en cada malla una sardina. Sardina entre gatos, arañazos.

Las loas a las sardinas, los pregones, artículos, ditirambos, etc vienen de antiguo, y los hay notables, si bien no tan abundantes como quisiéramos. Julio Camba, en su célebre La casa de Lúculo ya escribió sobre lo exquisito y beneficioso (y placentero) de la sardina, la del Norte y también la malagueña. Si viviera, seguro que salía un ratito de su habitación del Palace y firmaría la iniciativa, no sin antes degustar media de tinto y un par de espetos en La Fontanilla, Calahonda, el Bajondillo, Burriana o cualquier otra playa de la provincia de Málaga. Desde Marbella Activa afirman que la Unesco aprueba las declaraciones Patrimonio de la Humanidad «con cuentagotas», por lo que vaticina un proceso largo. Mejor nos iría, sin duda, con cuentavinos. Tampoco haríamos mal en sobornar a espetazos a los de la Unesco, que tiene su sede en París, donde son muy afectos a quesos y caracoles y preparan unos filet mignon de no te menees, pero seguro que si prueban nuestras sardinas (en espeto) quedan fascinados. Y nos piden en patrimonio.