Las agresiones a los médicos se han triplicado. Es que hay gente que está muy enferma. Pero de la cabeza.

A uno le enseñaron desde pequeñito que pegar está muy feo, lo cual no obsta para que alguna vez hayamos dado un sopapo, pegado un cate o arreado un mascón. Pero siempre a gente de nuestro tamaño y, por supuesto, igual de inútiles que uno. No a un médico, no a un maestro, no a gente que sólo puede hacerte el bien. Va de suyo que hay médicos que te tratan como a mercancía, médicos (una ínfima minoría) tuercebotas y malajes, como en todos los gremios, pero el problema de las agresiones delata una sanidad enferma que hace esperar horas y horas a pacientes con los nervios (y el dolor) a flor de piel, una sanidad despersonalizada, tres minutos por paciente, si hoy es jueves usted es Eusebio, aquí la pastilla y no moleste mucho.

Pero el problema también saca a relucir lo muy energúmena que es no poca gente, la falta de educación que tiene y lo muy despóticos que somos en ocasiones desde que aprendimos de las películas americanas esa frase de oiga, yo pago mis impuestos. Hay gente que va al centro de salud y se cree que está en uno de esos grandes almacenes donde el cliente siempre tiene razón y el dependiente va detrás para servirte. Pues no, aquí el que debe llevar la razón es el médico, que sabe por qué te duele el barrigamen. Con todo, lo peor debe ser, para esos médicos bien preparados, mal pagados, hartos de hacer guardias, humanamente cálidos, científicamente excelentes, aguantar desplantes, malos modos, insultos o faltas de respeto de cualquier pisaverde o destripaterrones que por tener un alto cargo o mucho dinero o corbata o simplemente ser un chuleta sin oficio ni beneficio crea que puede tratar mal a todo el mundo, galeno incluido. Por fortuna, mientras usted lee esta columna hay miles de médicos y pacientes en hospitales de toda España que están ahora mismo conversando civilizadamente, ayudándose, curando, consolando. Es lo normal. Sin que sea descartable que de la relación, como pasa por ejemplo en casos de eso que antes llamaban «larga y penosa enfermedad», se trence una grande amistad, un vínculo especial.

En fin, tal vez haya gente cabreada porque, como dijera el escritor Stanis?aw Jerzy Lec, «el progreso de la medicina nos depara el fin de aquella época liberal en la que el hombre aún podía morirse de lo que quería». Pero bueno, no es para ponerse así.