Hoy es domingo y Málaga está de cine. La alfombra roja se extendió el viernes y por ella desfiló esa gente que nos hace reir y llorar e incluso alcanzar excitaciones u olvidarnos del mundo y la luna. De algunos afanes y preocupaciones. Veinte años cumple el Festival de Cine de Málaga, que ahora es Festival de Cine en Español, o sea, que ha ampliado su alcance a hispanoamérica donde hay un cine tan variado que es inclasificable y al que nos atreveremos a englobar no obstante como muy interesante. Un botoncito de muestra con buena pinta: Nieve negra, con Ricardo Darín de protagonista. Festival. Veinte años sí es algo. Dos décadas ya, una muestra consolidada que ha dejado atrás a otras antaño señeras y que ahora compite de usted a usted con San Sebastián.

Aumenta el patrocinio de la Junta, tras años de miserias o de nada, por un incomprensible sectarismo o celo político. La ciudad huele a celuloide, o sea, a cash para abrevaderos y a famoseo que se deja ver, a fiestones, a minutos y minutos de Málaga en los noticiarios y revistas. Se va a homenajear a Antonio Banderas, que es ese paisano noblote que emigró y tuvo éxito en las américas, o sea, nuestro mejor indiano, un colega, alguien como ese amigote que siempre viene por Semana Santa y al que nos alegra ver. Se salda una deuda. Hora era.

El Festival está magníficamente dirigido, pleno a sus veinte años. El giro le va a sentar bien. Y, ahora, todos rezamos a Billy Wilder para que la cosecha de este año sea buena y las películas aceptables, los directores atinados, los actores no apelmazados. Los críticos afilan intenciones, los caza autógrafos tienen sueños húmedos, los chupacastings mendigan invitaciones. La anorexia se apodera de jefes de protocolo. Por unos días, los cenáculos y cafés, los lugares para el aperitivo elegante no albergan conspiraciones políticas, lances cofrades o diatribas deportivas. Más bien, cuitas cinematográficas, cotilleos de cineasta.

Álex de la Iglesia exhibe su película, El Bar, aquí este año. A Álex lo ha visto uno en El orellana o La Reserva, unas cuantas veces ya, unos pocos años, ahí, rodeado de amigos, con vino y ensaladilla rusa, como un malagueño más. Málaga es la capital del artisteo y el talento por unos días al año, un sueño antes de despertar en una semana y verse a así misma como urbe grandona y atractiva pero capital de nada, víctima de dos centralismos pero también a veces de un sector de ella misma, que encarna una mentalidad de campanario.

Y aquí estamos, de Festival, a ver si nos encontramos a Secun de la Rosa y se lo podemos contar a nuestro amigo Andrés, que tanto lo admira. O a Fiorella Faltoyano (premio Ciudad del Paraíso), que aunque uno es joven como para tener musa de la transición siempre ha tenido debilidad por este tipo de actrices, metida en la memoria de uno como tantas otras. Hoy es domingo y Málaga está de cine. Hay que salir a la calle. Pegarse un golpe y ver las estrellas.