Está aflorando una nueva forma de corrupción, que es la de convertir los cargos del poder en oficinas de empleo familiar. Abrió fuego el caso Fillon, exministro francés que concurre a las presidenciales con un capital político tan mermado que difícilmente le hará llegar a la segunda vuelta. Fue su esposa la agraciada con un sueldazo por no hacer nada ni dejarse ver en los escenarios propios del empleo. Además, este candidato de la derecha ratificó la manga ancha pro domo sua al calificar de normal el regalo de numerosos trajes; muchos más que los que causaron tantos disgustos a Francisco Camps, expresidente de la Comunidad Valenciana.

Rasgado el primer velo, se descorre el segundo con la dimisión inmediata de Le Roux, ministro francés del Interior en el gobierno socialista de Hollande, que demostró la precocidad de sus dos hijas, de 15 y 16 años, al retribuirlas como «ayudantes parlamentarias». Y añádanse las colaboradoras de la ultra Marine Le Pen, también candidata presidencial, pagadas por el Parlamento Europeo. Conductas análogas en ideologías opuestas.

Empleos ficticios y salarios reales, demasiado reales para ser soportables por un electorado que teme y sospecha prácticas generalizadas. Su magnitud irá saliendo a la luz antes y después de que el Elíseo reciba al nuevo inquilino, como también el trasiego de haberes entre las cuentas corrientes de las perceptoras y las de quienes les procuraron las fantasmales tareas.

Lo más impactante es el despacho en la Casa Blanca, con sueldo y acceso a información reservada, que el presidente de EEUU regala a su hija Ivana, cuya ocupación hasta el momento -al menos, que se sepa- ha sido el diseño y comercialización de moda femenina. Voilá un caso de versatilidad digno de estudio. El amor a la familia es noble y hermoso, pero su retribución con recursos públicos, que ya incluía a otros miembros de la saga Trump, tiene mala cara, Y mucho peor en una familia cuyo patriarca dice ser diez veces más rico de lo que figura en el índice Forbes y no necesita transferencias de salarios regalados.

Es penoso que en todos estos casos sean mujeres los testaferros instrumentalizados por los poderosos. Pero la cadena de corrupciones, encubiertas o groseras, no ha concluido y en las próximas revelaciones no habrá diferencias de género. Seguro.