Seis cazas F-18 sobrevolaron ayer Málaga. Lo oyó todo el mundo que lo oyó. Hay cosas que hacen un ruido horroroso y no las oye nadie (como ciertas injusticias); hay cosas que pasan en silencio y todo el mundo las advierte.

Estábamos los habituales de la tertulia, con los churros y los cafeses, los periódicos, al aire libre, en la inopia, cuando el camarero señaló el cielo. Hubo quienes miraron al dedo, claro. Otros dirigieron su mirada en la dirección correcta. Yo aproveché para coger el último churro. Me lo disputé con una de las palomas que habitualmente revolotean, dan el coñazo, se cagan y picotean las sobras. Están tan resabiadas que pasa un F-18 por encima de ellas y les da igual, no corren a contarlo ni se asustan, ni tratan de hacerles fotos. No. Siguen su vida. Cuando el ruido quedó mitigado (qué sería del verbo mitigar sin el ruido), los compañeros de mesa salieron de la citada inopia y retomaron una conversación ya casi olvidada, lo menos de hacía media hora.

Una conversación al hilo del texto de un celebrado columnista, que extrañamente no había lanzado invectivas al Gobierno y había aprovechado su artículo para proponer que el magro con tomate fuera declarado patrimonio de su tía Fuensanta, que hace un sofrito previo al tomate que quita el sentío. Además es que lo quita literalmente, dado que una vez una novia del tal columnista se calzó tres kilos de magro con tomate, cocinado por Fuensanta, tras un encierro de toros en Guadalete, que quedó desmayada y sin sentido. Justo nueve meses después dio a luz, lo cual fue celebrado con petardos y mucho aguardiente en la localidad, famosa además por sus roscos de vino y los campeonatos de eructos que se celebraban en un vecino municipio en los años cincuenta. A mi me dio por pensar no en el magro, ni en Fuensanta, ni en el posible polvo desmayada de la novia del columnero. Más bien en las intenciones de los caza, que estaban de maniobras en el mar de Alborán pero bien podrían estar intentando bombardear la Catedral o mi casa o una consejería de la Junta o el Ayuntamiento. Incluso la sede de la Unión de Filatélicos, que aunque está algo desmochada no vemos razón grande para que sea demolida, bombardeada, tirada abajo u ofendida por pedrada o carajotazo. En estas andaba cuando volvió el ruido. Y las palomas. Los churros, no. La conversación decaía, lógico por otra parte, dado que llevábamos allí desde bien temprano y ya rozábamos sin pudor (y con sed) la hora del aperitivo. Los cazas ya irían por Torrejón. Igual vuelven otro día. Para alguno fue la gran excitación del día.