En «Música en la noche» nos recordaba el maestro Aldous Huxley que en los comienzos del siglo XIX era considerado vulgar el mencionar la palabra «pañuelo» en el teatro francés. «Un arbitrario convencionalismo había decretado que los personajes trágicos habitaban en un mundo en el que las narices existían solo para distinguir a los nobles romanos de los griegos y los judíos, pero nunca para ser sonadas.» Es decir, para algo tan importante como expulsar a los incómodos mocos de la nariz mediante una espiración vigorosa.

En un mundo en el que el personaje mas importante del planeta recurre continuamente a las rústicas simplezas de sus tuits para comunicarse con sus súbditos todo es posible. Nos recuerda también Huxley que la buena literatura es también filosofía. Y también ciencia, ya que a través de la belleza se enuncia la verdad. Vivimos en tiempos en los que el lenguaje robótico de una supuesta modernidad nos va alejando de los grandes tesoros que la cultura nos ha ido entregando a lo largo de los siglos para conocer mejor el alma humana. El desprecio de la verdad es algo tan actual que ya ni nos sorprende...

Donald Trump, el nuevo y tosco aspirante a caudillo planetario, desearía desterrar la verdad de la compleja belleza implícita en la realidad final de los hechos. Que se resisten a doblegarse a su voluntad. Es dolorosamente obvio que las soeces simplificaciones de la Fox News son su diario sustento intelectual. Ya lo intentaron no pocos de sus antecesores: poseer y violar esa codiciada presa -la verdad­- es en el fondo una búsqueda desesperada. De la llave mágica que les permita encerrar en un calabozo al mundo que en el fondo odian. Mediante la derrota de ese irritante mundo en el que no debería existir lo que ellos con tanta pasión desean proscribir.

Cierra su tesis Aldous Huxley con esta cita de Baudelaire: «Aquello que tiene de embriagador el mal gusto es el placer aristocrático de desagradar.»