Atrás dejo Campillos con los ojos humedecidos por la emoción. El pellizco con el que he entrado al pabellón del municipio pronto se ha convertido en un fuerte nudo en la garganta. Me ha costado mucho contener las lágrimas cuando, uno a uno, he ido conociendo a tus hijos, tu mujer y otros familiares cercanos. Nos ha costado entablar una conversación que seguro con el paso de los años será más fácil, más cómoda. Porque no pienso abandonar Campillos. Hay voluntad y mimbres para hacer cosas bonitas, para seguir moviendo el deporte local. Como hubieses hecho. Como hubieses querido. Antonio Rueda sembró y abonó un terreno fértil que no puede caer en el abandono, en el olvido.

En un emocionante y sentido acto conducido por Carlos Moncada, hemos tenido la oportunidad de conocerte un poco mejor. La instalación por la que tanto trabajaste se ha quedado pequeña y el cariño de toda tu gente ha quedado más que patente. Tu familia está abrumada, diría que hasta desconcertada con tantas muestras de afecto, de amor, la palabra que más se ha pronunciado en los discursos institucionales. Me voy de Campillos satisfecho, feliz, pero a su vez dolido, fastidiado.

Feliz, satisfecho y orgulloso al comprobar que cuando hay voluntad, implicación y firmeza las cosas surgen, se plantean, fluyen, se culminan, se materializan. Intuyo que el dossier que ha llevado a cambiar el nombre del pabellón municipal por Polideportivo Municipal Antonio Rueda Sánchez no tiene ni medio paquete de folios. Una propuesta, el voto unánime de todos los concejales y los trámites para encargar un rótulo que ya otea la fachada. Han pasado algo más de ciento veinte días desde su fallecimiento y ya es una realidad. Mi enérgico aplauso.

Dolido, fastidiado al comprobar cómo en otros casos la burocracia se eterniza para desesperación de muchos. Cómo se genera papel para sostener hasta la mismísima entrada de Carranque. Y sí, hoy me he vuelto a acordar de Pepelu, de ese cambio que no llega, de ese eterno expediente que no se cierra, de esa actuación irresoluta. Lo de hoy ha sido un acto sencillo, como Antonio. En Campillos nada ha cambiado. Tan solo un letrero y el reconocimiento de todo un pueblo. Suficiente.

Encaro la recta final de una temporada que vendrá marcada una vez más por la tradicional Gala del Balonmano Malagueño. Y ya van trece ediciones al pie del cañón. Entregaremos numerosas distinciones y premios y en esa lista estará mi estimado Antonio Rueda. También José Luis Pérez Canca «Pepelu», que con su «Premio Valores» destacará la figura de alguno de los nuestros.

Atrás dejo Campillos con el recuerdo a Rueda. Y pienso en esos otros que bien merecen un reconocimiento ya, en vida. Nos empeñamos en dejar las cosas para el final y a veces el final no nos espera. Tenemos la mala costumbre de callar, de no distinguir a los nuestros. De silenciar la labor ya de por sí callada y altruista de muchos de los que día a día se parten la cara por sacar un proyecto común. El tiempo me susurra ahora es el momento. Me gustaría que esta fuese la última vez que acudo a un acontecimiento en el que el homenajeado no está presente. Volveré a Campillos. Con mi balonmano. Y te volveremos a recodar.