A Pablo Iglesias le hemos escuchado muchas intervenciones en sede parlamentaria en tonos la mar de dispares: jocosos, con mensaje agresivo... La de hace una semana, en la que el líder de Podemos zurraba a Rajoy a cuenta del informe de los letrados del Congreso, fue de las más comentadas por el lenguaje del representante coletil.

A Iglesias le dio por rebajar el tono a los mínimos callejeros y poner en el estrado palabras que uno está acostumbrado a escuchar entre colegas de cañas, pero no en el Parlamento. «Me la suda», «me la pela» o «me la bufa». Expresiones, por cierto, tremendamente políticamente incorrectas en el ámbito de la ideología de género.

Raúl del Pozo, el veterano columnista, afirmó a raíz de la sarta de exabruptos de Iglesias que en el Congreso hay que hablar como se habla en la calle para que, de este modo, los mensajes y discursos conectasen con el electricista que desayunaba en el bar de la esquina.

Hombre, don Raúl, a eso se le llama populismo. Está feo atizar a Iglesias por demagogo y garante de la postverdad más académica y animar al uso del lenguaje callejero en sede parlamentaria, broder.

Sobre todo porque es precisamente allí, en la Carrera de San Jerónimo, donde siempre hay que esperar la mayor de las alturas. Vale que eso luego sirva de poco -que se lo digan a Azaña-, pero qué menos que la casa del Gobierno mantenga un nivel suficiente. Para escuchar los mensajes de pan con aceite y café cargado ya están los traductores en las tertulias y desayunos de televisión.

A la política lo que le falta es terminar por convertirse en un Sálvame cutre. Si rebajamos el nivel en lo principal ese camino está hecho...