¿Fuma la Reina de España? Parece ser que no. Si lo hizo alguna vez en sus años universitarios, lo ha dejado. Letizia debe predicar con el ejemplo y desde que se comprometió con el entonces Príncipe de Asturias, ahora Felipe VI, ha dado muestras de tomarse muy en serio su papel institucional y la necesidad de dar una imagen que sea un modelo a seguir.

El asunto del tabaco tiene quizás morbo. De ahí el revuelo levantado en torno a su discurso días atrás en Oporto, con motivo de la VII Conferencia europea «Tabaco y Salud», en el que la Reina puso a los fumadores y a la industria tabaquera de vuelta y media, por decirlo suavemente. Poco han tardado los críticos en recordar que ella fumaba (más le vale que sea pasado y que no la pillen en un renuncio) y, aún peor, que ganó su dinerillo trabajando como azafata para una marca de cigarrillos: en México repartió cajetillas por la calle en una campaña publicitaria. Hay testimonios gráficos: en las fotos se puede ver a una joven y guapa Letizia en vaqueros, con camiseta con el logo de la marca, mostrando su mejor sonrisa para tratar de convencer al peatón a que se anime a probar eso de la nicotina. De aquello hace más de 20 años y la Reina de España se dedica ahora, no en la calle sino desde el atril, a convencer a los ciudadanos de que se olviden del tabaco.

Letizia ha crecido y modificado sus hábitos: si antes se echaba un pitillo, ahora puede que lo que eche sea un sermón al que lo haga delante de ella; si antes repartía gratis cajetillas, ahora considera el vicio «una amenaza social».

Nada que reprochar a la señora, a la que hay que aplaudir por haber dejado el vicio, eso que muchos intentan sin éxito. Lo habrá hecho con convencimiento de causa, pues ahí están sus entregados discursos. Es de suponer que predica con el ejemplo, en su caso una obligación: el cargo obliga.

¿Debería avergonzarse de las fotos de azafata tabaquera? Pues no. ¿Debería evitar ahora dar lecciones a los fumadores por haber sido ella uno antes? Pues tampoco. Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra, aunque fumar no es un pecado, sino un vicio aceptado socialmente, cada vez menos.