El pobre hombre me miró cómo si fuera a sufrir un atropello. El chirriar de los neumáticos sobre el encerado suelo de Málaga, efecto habitual ya en estos días de traslados cofrades, produce más de un sobresalto en quienes nos visitan sin estar avisados. Con una sonrisa hospitalaria y a 20 kilómetros por hora intenté tranquilizar al deseado turista y hacerle comprender que el chirrido no se correspondía con ninguna conducción temeraria en pleno casco histórico, cuyo colapso de tráfico obliga a avanzar a paso de tortuga por el montaje de tribunas, reducción de carriles, calles cortadas por las eternas obras del metro, en fin, por otra Semana Santa de Málaga€

Lo mismo

A esta radiante primavera, sin embargo, no parece importarle nada de eso. Ni los desvíos y atascos por las obras ni que cada año sea primavera en El Corte Inglés incluso antes de que llegue la primavera. Por no importarle, ni le importan los bombardeos con temible gas sarín sobre la indefensa población civil en Siria, niños incluidos. Respecto a este horror, a propósito, hay algo de cogérsela con papel de fumar en eso de espantarse tanto porque mueran niños asfixiándose en una guerra cuando se utilizan armas «prohibidas». Como si en algún momento se hubiese dejado de esclavizar, violar, agredir o matar de hambre a niños en diversos puntos del planeta; o como si cuando los niños mueren desmembrados o incluso asfixiados por armas «admitidas», en Siria y en otras guerras, no fuese lo mismo. Lo mismo.

Todo es complejo

La guerra es el horror en sí misma y sus consecuencias debieran producirnos un asco moral irreparable. Pero yo seguí comiendo cuando vi cómo un padre ensangrentado intentaba ayudar a su niño para que respirase en medio del humo del telediario. Me tragué mis propias lágrimas junto al pollo en salsa sentado ante el televisor. Intento no darme asco a mí mismo confesándolo en esta tribuna pública. Me consuelo diciendo que «todo es complejo» una y otra vez (no sé cuántas veces habré escrito esa frase). La repito para no perder del todo la cabeza en la permanente contradicción de estar vivo y ser espectador de las consecuencias de la miseria, la falta de libertad, la enfermedad, la injusticia y el hambre de los demás, incluidos los niños, que son, todos, como mi niño. Y de quienes me siento, de todos, padre.

Esperanza y caridad

Un año más se procesionarán por las calles malagueñas las imágenes de un inocente torturado y de su madre desgarrada por el sufrimiento de asistir a su injusta muerte. Otra Semana Santa recordaremos -además de detenernos hasta el éxtasis en la descripción de aromas y ornamentos florales con adjetivos yuxtapuestos hasta el infinito y más allá- que quienes sufren persecución hoy, quienes huyen de guerras que no han provocado o de la miseria que les ha tocado en la lotería del nacimiento son también Jesús y María. Esta maravillosa locura de oro, incienso y mirra que devuelve al barroco las calles de Málaga y de muchas ciudades andaluzas debe servir para eso. Para el turismo también. Sin pudor, vale. Pero con pudor. Las procesiones de Semana Santa son reflejo de la complejidad de nuestros días. También son contradictorias, también. Pero si al margen del privado asunto de la Fe, esta consagración de la primavera, tan religiosa y tan profana, mantiene la Esperanza en lo mejor del ser humano y fomenta la Caridad en quienes acusan a los que sufren o en quienes miran para otro lado para no sentir como propio el dolor de los demás, esta pasión habrá servido para mucho más que para saberse de memoria las tres virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad.

Pillados

Mientras los tronos ya están pasando, alguien tan aparentemente sensato como Donald Trump ordenaba ayer lanzar misiles contra infraestructuras sirias, en respuesta -dicen- al horrible ataque químico de las tropas de Al Assad (a quien llaman dictador algunos medios occidentales y legítimo gobernante democrático el tan aparentemente sensato presidente Putin). Cada movimiento de pieza en el minado tablero de intereses del orden internacional le hace a uno temblar y sentirse muy, muy pequeño ante los gordos dedos que pueden pulsar los botones del miedo. Por eso no resulta fácil cogido este rumbo de Viernes de Dolores, aun siendo hoy ya sábado, hablar aquí de cosas tan livianas como la forzada dimisión del presidente murciano y su ridículo discurso; de la pillada de Miguel Ángel Heredia llamando «hía puta» a su «compañera» sanchista Margarita Robles, o del exministro Fernández Díaz tras verle defendiéndose como víctima de su otra pillada ante una sociedad a la que le importa un bledo quién le pilló sino lo que dijo como ministro del Interior mientras se le pillaba.

Cera en las calles

Así que, aun entonando el «por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa», pero sin los histriónicos golpes de pecho que lleva aparejada la letanía, de corazón les deseo una feliz Semana Santa, según Málaga€

Porque hoy es sábado.