Inspirado en la frase acuñada por los economistas en los 80 sobre «la década perdida de América Latina», el ex ministro Josep Piqué estima que «la crisis económica que estalló en 2008 ha supuesto una década perdida para España. Hasta 2017 no recuperaremos algunos indicadores positivos que teníamos en 2007». Está bien visto. Ahí surge la necesidad de reindustrializar el pais pero con unas empresas ya transformadas digitalmente.

Esa década perdida ha sido gestionada desde 2011 por el presidente Mariano Rajoy que, a diferencia de otros antecesores suyos con más suerte, ha gobernado más de la mitad de ese periodo, el de las vacas flacas, las más flacas desde la salida de la Transición.

La pregunta clave, que ya se debate, es si Rajoy se presentará para un tercer mandato. Podría aprovechar que la situación económica ha mejorado, aunque persista la desigualdad profundizada por la crisis, con los desequilibrios sociales que conlleva y la remodelación política que implica. Lo lógico es pensar que si ha mantenido el Gobierno con las minorías parlamentarias más reducidas que se conocen -tras una mayoría absoluta- la mejora de la situación económica le favorecerá, por más que vaya perdiendo algún impulso aportado por los vientos de cola (bajos tipos de interés y bajo precio del petróleo).

Consultados varios políticos de calidad (después precisaremos este término) se coincide en que, salvo imprevistos, tenemos Rajoy para rato; en parte, porque la oposición lo apuntala con sus divisiones internas y no se divisa un programa alternativo ilusionante. La observación de los ciclos electorales en los 40 años que va a cumplir nuestra democracia advierte de que el candidato de la izquierda que venga, en principio, estaría destinado a perder el primer embate frente a Rajoy. Si éste repite. La estadística dice eso, aunque en política casi nada es predecible matemáticamente. El propio Rajoy se lo espetó a Sanchez en el tormentoso debate cara a cara de las elecciones de diciembre de 2015: «Usted va a perder estas elecciones como yo las perdí dos veces antes de ganar y como también las perdieron dos veces Gonzalez y Aznar. De eso se puede uno recuperar. Pero no de la afirmación que acaba usted de hacer que me parece ruin, mezquina y miserable". Se refería a la acusación de que «el Presidente del Gobierno tiene que ser una persona decente y usted no lo es».

Uno de los políticos consultados, se diría que un «hombre de Estado» por su capacidad analítica y los servicios prestados, pronostica que Rajoy no optará a un tercer mandato si completa los cuatro años del segundo. Y explica que, a su juicio, cuando haga balance, se felicitará por haber restablecido algunos parámetros muy dañados de las cuentas del Estado, que no todos, pero deberá reconocer que en sus mandatos se ha agravado el conflicto en Cataluña. «Rajoy ya se está dando cuenta que dejará un grave problema político por su inmovilismo en este asunto y por eso ahora toma alguna iniciativa, aunque de momento sin resultado». Interesante reflexión.

PD. Nota sobre políticos de calidad: Aunque esta definición no esté en los manuales de Ciencia Política, la paulatina degradación del Congreso la hace necesaria para entendernos. Cada vez que entra un exdiputado por la puerta, sea Roca Junyent, Alfonso Guerra, Duran Lleida o Gaspar Llamazares, ahora en Asturias, los jóvenes periodistas se sorprenden gratamente del nivel profesional que debía haber antes en el hemiciclo. Pocos están ahora a esa altura. Así que a la tradicional división entre «hombres de estado» y el resto, cabría añadir la de «políticos de calidad» para distinguir a unos de otros que no caben ahí. Por méritos propios. Como el socialista-susanista Miguel Ángel Heredia que desbarró gravemente contra los seguidores de Sanchez, perjudicando básicamente a su jefa de filas. Y Ramon Espinar, podemita-pablista, el del piso de protección oficial, que pide boicot contra la Coca-Cola y luego se toma dos en el bar del Congreso. Con esa tropa, Rajoy tiene un seguro de vida política.