Todos buscamos la felicidad. Cada uno a su manera. Para algunas personas, resulta relativamente fácil conseguir un cierto bienestar. Para otras, es más difícil. Sin embargo, la felicidad es algo que se puede aprender, desarrollar, entrenar y mantener en forma ¿Y cómo se consigue? Pues, aprendiendo a manejar los pensamientos y la percepción que tenemos del mundo que nos rodea. Y todo esto, que ya nos han estado diciendo humanistas y profetas de todas las épocas, en la actualidad, ha sido confirmado con pruebas científicas.

No sé si habrán oído hablar de Ricard, el parisino, doctorado en genética celular en el Instituto Pasteur, que, un buen día, se despidió de todo aquello que suponemos da la felicidad: éxito profesional, pericia científica, dinero, posesiones, fama, placeres, consumo, y partió hacia el Himalaya, con un maestro tibetano Kangyur Rinpoche. Su historia ha llegado a nosotros, cuando, científicos de la Universidad de Wisconsin, le practicaron resonancias magnéticas, con el fin de facilitar el análisis cerebral y la capacidad de aislar la mente durante las sesiones de meditación. Resultados: actividad inusual en el lado izquierdo del cerebro, que se estimula cuando se elevan las emociones placenteras De hecho, uno de los aspectos que más ha fascinado a los investigadores, es la capacidad de suprimir sentimientos, que hasta ahora se creían inevitables en el ser humano, tales como enfado, odio y avaricia, los cuales producen una mayor actividad en el cortex derecho del cerebro y, en consecuencia, ansiedad, depresión, envidia y hostilidad hacia los demás.

El monje feliz, como así se le apoda a Ricard, dice que la causa de la felicidad no es ningún misterio, ni precisa de gracia divina; se llama plasticidad de la mente, o sea, la capacidad de modificar físicamente el cerebro por medio de los pensamientos que elegimos. Al igual que los músculos del cuerpo, el cerebro desarrolla y fortalece las neuronas que más utilizamos. Pero hay que practicar sistemáticamente para debilitar los de la infelicidad, que tanto hemos fortalecido, creyéndonos víctimas del pasado, de los padres o del entorno, y en paralelo comenzar a ejercitar los que nos hacen responsables de nuestro propio bienestar.

O sea que la felicidad es un asunto del espíritu; no depende de nada ni de nadie externo a la persona; la clave está en el interior de cada uno. Y, según Ricard, solo la práctica mantenida de la meditación, te puede dar esa sabiduría.