Hubo huelga de guarderías. Tocó quedarse en casa un par de mañanas con el infante. Las mañanas son largas. Uno normalmente está en sus cafés y sus quehaceres, perpetrando sus columnas, en reuniones, trabajando, midiendo lectores y audiencias o eligiendo fotos o musarañeando y editando y tal.

Son mañanas productivas o no tanto pero al menos no infinitas. La cosa cambia cuando quedas en casa al cuidado de tu hijo. El tiempo se estira. De forma paradójica: no se te ocurre ningún mejor sitio en el que estar. No puedes ni imaginar mejor compañía. Tú, tu casa y tu hijo, y al mundo que le vayan dando por retambufa. Pero ahí estás. Bueno, estás tú y están más cosas. El biberón. El biberón es un curioso instrumento dotado de dos piezas no siempre fácilmente manejable con el que se puede llegar a una etente sobre su temperatura o por el contrario puedes practicar el método conocido como a voleo, método éste que sin embargo podría causar la protesta airada del pequeño, que aún siéndolo, ya va incluyendo en su vocabulario el término inútil para referirse a su progenitor, progenitor que de buen grado recibe la invectiva o venablo más que por exacta, que también, por sincera y espontánea.

El pañal. Los pañales es que son muy de no abrocharse. Yo no sé por qué no tienen un mando a distancia. Poner un pañal es como montar en avión. Por mucho que lo hagas nunca será una rutina, siempre te dará algo de respetillo, si no miedo. Y hay más coincidencias aeronáuticas. Por ejemplo, el despegue. El avión despega y algunos pañales no hay maneras de despegarlos. O el aterrizaje. El de un avión o aeroplano suele ser suave. El del pañal es a plomo, o sea, plof. Inclsuo cafaplof. Pesa mucho porque lo que contiene, ya sea en su vertiente sólida o líquida, pesa, añade volumen y masa, solidifica. No obstante, pasados los trances de biberonear y pañalear, que se repetirán varias veces, no es menor la tarea de encontrar unos dibujos animados y, sobre todo, no vistos ya. Sale el inevitable reportaje sobre el ascenso del III Reich, la pirámide de los Mayas, Marhuenda, un tío haciendo de comer pero no sale La patrulla canina, que se ve que está presta a salvar a todo el mundo menos a un padre cuando la necesita. Claro que es encontrarla y pensar si el visionado televisivo no es idiotizar al niño para tu propia comodidad, con lo cual ensayas jugar con él, lo cual es un craso error estando como está: recién comido, recién limpiado y en plena mañana: o sea, cargado de energía. La que tu no tienes. No por provecto. Más bien por insomne. El no avanzar de la mañana incluye un saludable o salutífero paseo en el que vas satisfaciendo la curiosidad que tú lamentas no tener. Incluso te descubres sabiendo explicar cómo se preparan y de donde vienen los churros, cosa esta que nos ha preocupado históricamente en nuestra vida tanto como el devenir de las orugas en la década de los cincuenta.

En el tal paseo va implícito el saludar a los vecinos, algunos de los cuales incluyen en su repertorio de carantoñas piropear al padre o propinarle suaves pellizcos, no por eso menos molestos, en las mejillas, que adquieren un tono rojizo que parece que uno se hubiera comido una vaca o se hubiera aplicado maquillaje. Ya podrían pellizcar al niño, que no obstante es más listo que el padre y se zafa de abrazos y cachetes ignorando benditamente normas de urbanidad absurdas que sí rigen para los mayores. Mayores son las satisfacciones y los aprendizajes de estar con tu chaval. Que ríe y es una gozada.