El pasado jueves, mientras Eduardo Mendoza recibía el Premio Cervantes en Alcalá de Henares y en la parte noble de Madrid era detenido un grupo de chorizos, en el barrio de San Blas de la capital quedaba inaugurado un pequeño monumento en honor de La Nueve, en presencia de apenas medio millar de gentes emocionadas.

La Nueve fue la novena compañía de la 2ª División Blindada del Ejército de la Francia Libre al mando del general Leclerc. Integrada por 150 soldados republicanos españoles, fue la primera en entrar el 24 de agosto de 1944 en el París aún ocupado por 20.000 alemanes. En tres cuartos de hora, a bordo de 22 camiones oruga (que llevaban pintados en blanco nombres de batallas de la guerra civil: Guadalajara, Teruel, Belchite?) y tres tanques Sherman, recorrieron media capital desde el sur para desembocar en la plaza del ayuntamiento y anunciar que al día siguiente llegaría el grueso del ejército. Después se pusieron a cantar el Ay Carmela. Al día siguiente, y antes de la llegada de Leclerc, un pequeño grupo de aquellos soldados españoles llegó hasta el hotel Meurice, en donde se alojaba el gobernador militar alemán, general Von Choltitz, y obtuvo su rendición.

Aquellos valientes, habían tenido que escapar de España en 1939. Maltratados por las autoridades francesas, internados en campos de concentración en el sur de Francia o en pleno desierto argelino, consiguieron por fin integrarse en el cuerpo de ejército de la Francia Libre, desembarcar en Normandía y actuar de punta de lanza del ejército norteamericano en su campaña de derribo de la Wehrmacht. Lucharon en decenas de batallas con tanto valor y eficacia que al final fueron condecorados por el general De Gaulle. Y fueron los que lo acompañaron como guardia de honor en su desfile por los Campos Elíseos el 26 de agosto.

Y desaparecieron de la foto. Para De Gaulle el nacionalismo y la heroicidad de los franceses era esencial: solo los franceses podían haber reconquistado París, solo los franceses habían integrado la Resistencia (ignorando a los 10.000 españoles que habían luchado en ella). Los de la Nueve fueron las primeras víctimas del desdén. Dobles víctimas, porque también lo fueron en España, por rojos.

El empeño de una periodista española, Evelyn Mesquida, los rescató del olvido. Entrevistó a los supervivientes, escribió la historia de todos ellos y consiguió por fin que se reconociera su hazaña en París al dedicárseles 12 placas a lo largo de lo que había sido su recorrido por la capital. Luego, en 2015, siendo alcaldesa de París Anne Hidalgo, hija de exiliados españoles, fue inaugurado por los reyes de España un Jardín de los Combatientes de La Nueve a un costado del ayuntamiento.

El jueves pasado, las alcaldesas de París y Madrid plantaron en un pequeño parque de la Ciudad Lineal un nuevo monumento dedicado a La Nueve. Asistió el último superviviente de la compañía, Rafael Gómez, un enternecedor y dignísimo abuelo de 97 años. También estuvieron hijos y nietos de sus valientes soldados, todos con lágrimas en los ojos (como el resto de nosotros) y llenos del orgullo de poder tocar con sus dedos un hermoso trozo de historia. La hija del último fallecido traía sus cenizas para que quedaran dentro del monumento. Los alumnos del instituto local cantaron a la libertad y los del Liceo Francés leyeron textos recogiendo la epopeya. Anne Hidalgo, alcaldesa de París, habló del ejemplo que habían dado y de la dignidad del valor en la lucha. Manuela Carmena hizo un canto a la paz y a la libertad y al futuro de los jóvenes.

En el fondo no quedaba rencor porque las acciones de La Nueve no tenían capacidad de ofender a nadie. Fueron la sencilla exhibición de una lucha generosa cuyo único objetivo era la consecución de la libertad. Vaya, de paso querían derrotar a sus peores enemigos, Hitler y Mussolini y luego volver a España a encargarse de Franco. Esto último no pudo ser, pero, al menos, los de La Nueve, diezmados, fueron los primeros en encaramarse al Nido de Águilas, el refugio de Hitler en los Alpes.

Cuando la memoria histórica se queda atrás, cuando los actos que nacen de convicciones profundas no tienen reflejo en el inconsciente, todos niegan legitimidad al recuerdo. No es justo: el recuerdo es la base de nuestro futuro en armonía. Es hora de que en España todos lo asumamos. Por eso me chocó, me pareció rencoroso que en el acto del recuerdo a La Nueve no hubiera una sola bandera constitucional española; solo una docena de tricolores.