Domingo, día de fútbol. Manolín coge su silla de la playa y se planta en la puerta del párking de La Rosaleda. Quiere ver pasar el autobús del Madrid. El seguridad le inquiere con educación: «¡Illo, niñato, quita la silla de ahí o llamo a la Policía!». Manolín, impávido, ni se inmuta: «Ven pacá, pamplina, y me mueves tú!». Al segundo el chaqueta del párking se toca el hombro: «Alfa, Charlie, Rambo. Niñato tocahuevos». Aparece el jefe. «Venga, niño, no toques las narices, quítate». «Que no, cohone», responde altanero Manolín. Viene la Policía y se lo quita de en medio. Manolín, ¿no te das cuenta de que no tiene sentido? A Manolín le da igual. Todos los años ve a su Legión sentado en Carretería en la mecedora del Ikea que le compró su chati. DetodalavidadeDios.

Podríase pensar que estamos demonizando a las familias de malagueños que sacan sus sillas a la calle en Semana Santa: «Claro, es que sólo pueden ver las procesiones los ricos».

No, mireusté, no me sea demagoga. La Semana Santa en el espacio público se ve de pie. Otra cosa y otra historia es que las cofradías, con la connivencia del Ayuntamiento, privaticen durante una semana el espacio público. Hace más de 100 años que la burguesía vio en esto un negocio. Lo que sí está claro es que las sillitas portátiles a su libre albedrío son, además de inseguras, un coñazo. Utilizaremos el argumento de la seguridad, pero lo que no puede ser es que una señora plante su santísimo trasero a las doce de la mañana en Carretería y no se mueva hasta pasada la medianoche. Media jornada de duro trabajo. La libertad de los ciudadanos en la ocupación de la vía pública es un derecho adquirido, obvio? pero no sé si se luchó para que usted se pudiera plantar a dormir en la Alameda para ver entrar la Legión.