Platón no le gustaban los poetas. Los consideraba perniciosos. Por eso, en su tan afamada como últimamente poco leída La República, abogaba por expulsarlos de la ciudad. No sospechaba que, andando el tiempo, los filósofos y los poetas compartirían la misma ignominiosa caminata hacia el olvido.

El Gobierno acaba de darle un golpe definitivo a la Literatura, que deja de ser una asignatura optativa en segundo de Bachillerato y, por tanto, también en Selectividad. De este modo, la Literatura ha llegado, un poco más tarde, al mismo limbo en el que ya estaba instalada la Filosofía. Los que piensan y los que sueñan, por fin, unidos en la nada más absoluta.

Yo no estoy tan seguro de que quienes nos gobiernan hagan estas cosas porque son unos platónicos irredentos. Ellos son de otro pelaje. Platón no apreciaba a los poetas, pero creo yo que a esta gente, en realidad, lo que les pasa es que los desprecia. «Al fin y al cabo -deben preguntarse-, ¿para qué demonios sirve un poeta?». Y llegan enseguida a una conclusión terrible: «para nada». Por tanto, si no son útiles, son inútiles, y no está bien llenar las horas lectivas de los futuros productores/consumidores con cosas inútiles, innecesarias, que les llenan la cabeza de ideas y de bobadas, que vienen a ser la misma cosa, introducen la confusión y no dejan sitio para lo importante, para lo que conviene.

Aquí, en este tiempo y este espacio, en este momento de la historia que es casi una antihistoria del mismo modo que la cultura está siendo anticultura, solo cuenta lo contable, lo que puede ser medido y computado. Y de eso los poetas lo único que saben es escandir, ese verbo hermoso y en desuso que se refiere al acto de contar las sílabas de un verso. Pero, sacándolos de ahí, nada de nada.

De modo que, con lo planeado, vamos directos a hornadas de ingenieros cada vez menos ingeniosos, de artesanos especializados muy eficaces que no se pararán a saborear la armoniosa gravedad de un endecasílabo yámbico porque no sabrán siquiera de su existencia, de la inmensa extensión de esa belleza. Gente de técnica sistemática, cada uno cumpliendo su tarea, pero incapaz de intuir que hay algo inexplicable oculto en alguna parte, algo necesario, esencial, y buscarlo en las palabras y con las palabras, y no en las cuentas de resultados. Trovar, en casi todas las lenguas romances, significa buscar. Pero nuestros planes de estudio nos van a dejar, en unas cuantas generaciones, sin trovadores, sin buscadores de tesoros. Han venido a darse cuenta de que los contables siempre han resultado más dóciles que los piratas.