Cada vez que la corrupción aboca a Rajoy a una situación límite, dimite Esperanza Aguirre. Y van tres. El disciplinado mecanismo de sustitución enorgullece a la derecha, pero convendría revisar el tópico que concede a la dimisionaria sucesiva el papel de disidente. En cuanto a su valor de cambio, ni el PP considera suficiente el sacrificio de una jefa de oposición municipal, para sofocar una hoguera que amenaza la estructura del único superviviente del bipartidismo.

Escuchar la palabra «putrefacción» de labios de comentaristas tan sosegados como Zarzalejos, debería despertar las alarmas hasta de la izquierda sumida en la hibernación. Sin embargo, el titular universal «La corrupción tumba a Aguirre» debería sustituirse en la prensa por el más noticiable «La corrupción no tumba a Rajoy». Y en este punto, es obligado recordar que el PP no gobierna por voluntad propia ni por un deseo expreso de la mayoría de la ciudadanía, sino gracias a que el PSOE efectuó el regalo más generoso y desinteresado de la historia de la democracia.

La tercera dimisión de Aguirre ha sorprendido a Rajoy en el exilio brasileño, el mismo país y la misma semana en que se estrenaba la película Stefan Zweig, adiós a Europa. Al igual que el escritor, el político español puede presumir de que se ha alejado de los autos judiciales cargados de menciones a la corrupción. A diferencia del escritor, los comportamientos indeseables surgen de sus propias filas.

Rajoy no ha establecido ni un mínimo vínculo de empatía con los socios a quienes debe una reelección a trompicones. Pretende que se olvide el regalo de Ciudadanos y PSOE, que cada semana han de desgañitarse para evitar que se les considere avalistas de la corrupción de su socio. En el último balance, Rajoy preside el PP nacional, quizás la estructura partidista de mayor tamaño en una Europa hecha jirones. Sin embargo, la corrupción del PP nacional castiga con mayor fuerza a actrices secundarias del estilo de Aguirre, o a aliados de conveniencia como los socialistas, que al teórico líder del partido conservador.

El gran error del año sin Gobierno llamado 2016 no consistió en mantener artificialmente al PP en el poder, sino en mantener en La Moncloa a un presidente del PP acorralado por los casos de corrupción. No es preciso remitirse a los mensajes a Bárcenas, bastaría con mencionar que fue elevado a tesorero por un Rajoy que ocupaba el mismo despacho en la planta inmediatamente superior. De no haberse erradicado cualquier atisbo de racionalidad del análisis político, la pregunta no sería si Rajoy es cómplice, sino si es el líder de la lista interminable de trasladados a centros penitenciarios. Al leer las grabaciones al renacido crooner Zaplana, cuesta no emplear la palabra banda, pero el decoro obliga a mantenerse en el redil de la corrección política.

Muy mal deben andar las cosas en el PP, cuando se ha visto por primera vez a la autosuficiente Soraya Sáenz de Santamaría implorando misericordia a los restantes integrantes del arco parlamentario. En su nueva visión ecuménica, los partidos deben ayudarse mutuamente, y no aprovecharse de quienes han convertido la corrupción en práctica cotidiana. Siempre hay motivos para atender a las peticiones de la vicepresidenta, pero cuesta imaginar una inmolación más cruenta que la experimentada por Aguirre, Ciudadanos o PSOE. Siempre con el resultado de mantener a Soraya como número dos. En algún momento habrá qué plantearse si el Gobierno va a someterse a alguna estrechez o amputación.

La nueva oleada de corrupción ha propiciado curiosos cambios de instrumento. Las muy autorizadas voces que desde el progresismo predicaban o Rajoy o el caos, ahora consideran que así no se puede seguir ni un día más. Han olvidado la ominosa mayoría absoluta del PP, que pronosticaban para persuadir a los renuentes para que abandonaran no solo los principios de la izquierda, sino los principios en general.

Examinando la situación española desde el prisma francés, la derecha tiene mucho que agradecerle al populismo, facilitador de las carambolas que acaban colocando por miedo a un político conservador en el poder. Sin embargo, conviene tranquilizar al PP. Sus aparentes tribulaciones surgen del celo de un juez que ni siquiera ocupa plaza en propiedad, y que pronto será cancelado por una fiscalía fiel. Ahora bien, es llamativo que los populares hayan sobreactuado por primera vez en su trayectoria. Han descubierto que viven una situación artificial.