Fue la fiesta del trabajo ayer y hubo manifestaciones. Las manifestaciones ya no son lo que eran. El trabajo, tampoco. Los expertos, cuyo trabajo a veces es hablar y no trabajar, afirman que hay profesiones que aún no están inventadas pero que en pocos años coparán el mercado laboral. Ya. De momento, lo que lo copa es el paro. Ha vuelto a subir, y de qué manera, en Málaga. También en España. Los datos salieron el jueves pasado. Los datos son fríos y los políticos, en sus valoraciones, si la cosa no es buena, también lo son. A las bajadas del desempleo se apuntan todos si de largar por un micro se trata. A las alzas, no. En estos momentos hay millones de jóvenes cursando estudios que los hagan aptos para ejercer una profesión que no van a ejercer jamás.

Raro es el oficio que no está sufriendo una revolución. Los hoteles contra los apartamentos turísticos, la prensa, el cine, la televisión, la abogacía, la arquitectura. Los sindicatos claman contra las malas condiciones laborales y los empresarios exclaman cuando se les propone que paguen más a los empleados. Todo el mundo quiere trabajar y quejarse. Nadie quiere no trabajar y no quejarse. Esta es una tradición que se pierde, como se pierden esas manifestaciones masivas y con fiereza del proletariado endomingado pegando voces por un megáfono, con el pecho empegatinado de consignas y ganas de ir luego a formar follón y tomar cervezas. Ahora se quedan bajándose series de internet y poniendo algún tuit indignado sobre lo mal que está la cosa mientras se abren una Cruzcampo. Si Marcelino Camacho levantara la cabeza los correría a gorrazos. Tal vez después de bajarse un peliculón sobre la revolución rusa, de la que ahora se cumple un siglo. Lo mejor es revisar el volumen que Pipes le dedicó y que ahora se reedita. Un clásico. Las niñas ya no quieren ser princesas y los desfavorecidos por la crisis, que somos todos, no queremos salir a reivindicar. Y eso que en mayo ya no hace frío. Estamos mejor cada cual refugiado en su egoísmo. Y en su trabajo. Un trabajo que procede de un oficio que tal vez es como el de alfarero: se va a la mierda. Este oficio se ha acabado, decía un director que tuve. Y aquel. Y el otro... cabría añadir. La EPA y el primero de mayo vienen cada año y nos van haciendo mayores. Más trabajados. Un pelín más escépticos. Hay que mandar a los sobrinos a las manifestaciones, no vaya a ser que cuando nos quieran estrujar del todo seamos débiles y muy ancianos.