El PSOE está abierto en canal y sin médico claro que atienda sus heridas. Ciudadanos aún busca su espacio y Albert Rivera mira con cierta envidia como Emmanuel Macron y su partido En Marcha pueden alzarse hoy con la victoria en la segunda vuelta de las elecciones francesas mientras que ellos nadan en tierra de nadie fruto de su flexibilidad ideológica. Cierto es que en España no se ha producido el desplome de los grandes partidos como sí ha ocurrido en Francia y que ha permitido la emergencia de las fuerzas de nuevo cuño. De Izquierda Unida sólo se tiene noticias de que permanece escondida camino de la insignificancia en el sillón de atrás de Podemos, partido que sigue creciendo gracias a la política espectáculo de Pablo Iglesias, estrategia a la que se han abrazado ante el desinterés y casi desprecio de las reglas de juego convencionales del parlamentarismo. Y del PP conocemos que está preso de los bochornosos casos de corrupción que provocará, además, romper con el techo de gasto para construir nuevas y confortables prisiones para tanto ladrón con pedigrí azul.

Pero lo más urgente es conocer que pasará en el PSOE, si es que alguien lo sabe. El escenario ha cambiado radicalmente en las últimas horas, desde que se conoció la pírrica victoria en número de avales de Susana Díaz frente a Pedro Sánchez. El escrutinio de los avales confirma lo que ya se conocía, un partido roto al que le será difícil recuperar el aval de los españoles, pero obliga al equipo de campaña de la presidenta andaluza a virar la estrategia para frenar a un rival con quien se equivocaron al darlo por muerto políticamente desde que el pasado 1 de octubre salió por la puerta de atrás de la sede socialista de Ferraz.

Hasta el pasado jueves Susana Díaz era la gran favorita para ganar el 21 de mayo las primarias socialistas. Todos así lo creían. Sin embargo, con las firmas de los militantes ya contabilizadas, el sorprendente apoyo recibido por la candidatura de Pedro Sánchez le coloca por primera vez como serio aspirante a ganar las primarias. Más cuando el exsecretario general del PSOE apenas cuenta con apoyo en los aparatos provinciales y regionales (4 secretarios provinciales frente a 36 de Díaz más seis presidentes autonómicos), dato que ha provocado el nerviosismo en el equipo de la andaluza, pues los aparatos tienen más poder de influencia sobre la recogida de avales que sobre los votos, cuyo sufragio de los militantes es secreto.

Este nuevo escenario ha provocado que Susana Díaz entrará el viernes en faena después de semanas evitando el cuerpo a cuerpo con su principal rival en las primarias socialistas. Hasta ahora su lema de campaña era pasar de puntilla por la refriega interna, lanzar llamadas de integración, apelar a los valores de siempre del PSOE y combatir el mensaje que tanto ha calado entre la militancia de que el 1 de octubre hubo una especie de derrocamiento de un secretario general para permitir que el PSOE se abstuviera en la sesión de investidura de Mariano Rajoy. Ahora, Susana Díaz pisa el acelerador y con la duda de qué porcentaje de ese 70% de militantes que han firmado un aval modificará su voto el día de autos.

Que gane uno u otro tendrá, sin duda, consecuencias también para el conjunto del país. Primero, porque este país necesita un PSOE fuerte, unido y con sentido de estado y no un partido al que le será muy difícil cerrar esa profunda división interna. Estamos ante un partido dividido territorialmente, con un fuerte distanciamiento entre los mandos del partido y la militancia y fragmentando también entre los propios afiliados. Además de esta componente orgánica, la diferencia de partido que proponen Díaz y Sánchez es abismal en asuntos como la unidad de España o las relaciones con otras fuerzas políticas. Sánchez, que arrasó en Cataluña, flirtea con las tesis ambiguas del PSC y el futuro de Cataluña en España, mientras que Díaz rechaza cualquier tentación soberanista. Además, en el futuro más inmediato se toparan con la moción de censura que Podemos presentará contra el presidente Rajoy, una artimaña peligrosa de Pablo Iglesias para pescar en el río revuelto de la corrupción, tratar de situarse bajos los focos y obligar al nuevo PSOE que salga tras las primarias a definirse sobre si quieren mantener un Gobierno cuyo partido que lo sustenta , el PP, está acorralado por la corrupción.

El debate político que mantiene el PSOE, más allá de las personas, es idéntico al que desgarra a toda la socialdemocracia europea, entre los defensores de un giro a la izquierda alternativa y populista y los partidarios de recuperar la tercera vía socioliberal o la esencia de la socialdemocracia. Mientras que Díaz está convencida de que se puede ganar al PP sin tener que mirar a Podemos, Pedro Sánchez no duda acercarse a los podemitas con tal de desalojar al PP del gobierno, postura, por cierto, muy defendida por una parte elevada de la militancia socialista.

A escasos días de que se produzca el debate entre los tres candidatos, nada hay decidido sobre el futuro del PSOE y sobre las consecuencias para España y para Andalucía en función de quién logre la victoria. Díaz parte con la ventaja de unos seis mil avales, pero el quijotesco Sánchez va derribando molinos en su camino de vuelta a Ferraz motivado por el rencor contra Susana Díaz. El 1 de octubre quedó grabado en rojo.