La normalización del Frente Nacional francés permitió asistir el miércoles por la noche a un espectáculo sin precedentes. En 2002, el presidente Chirac se negó a mantener un debate televisivo con el candidato neofascista, Jean-Marie Le Pen, llegado por sorpresa a la segunda vuelta gracias a la elevada abstención y el mal resultado socialista. Quince años después, la hija de Le Pen, Marine, está también en la segunda vuelta pero, a diferencia de su padre, ha podido medirse ante las cámaras con su rival, el socioliberal Emmanuel Macron. Por un lado, Macron, un neófito de la política que concurre por primera vez a unas elecciones, necesitaba el debate para asentar su imagen entre los franceses. Por el otro, Le Pen encabeza un partido que, quince años después, ya no carga -a saber por qué- el sambenito de nido de fascistas y ha conseguido convertirse en el ala derecha de un sistema cuyo centro de gravedad se ha desplazado hacia la caverna. El debate entre dos candidatos tan atípicos fue, pese a durar casi dos horas y media, cualquier cosa menos aburrido. Ágil, bronco por momentos, trágicamente divertido en otros, casi siempre ruidoso, estuvo protagonizado por dos contendientes muy desiguales que hicieron caso omiso de unos árbitros derrotados, incapaces de ponerle freno a la algarabía. Macron y Le Pen dejaron muy claro que representan a dos Francias que no la emprenden a bastonazos goyescos simplemente porque viven y sobreviven en la era del consumo de inmateriales. Para la prensa de Estados Unidos la bronca acercó el debate a los modos de aquel país. Para la francesa y buena parte de la europea, de insospechada piel fina, lo convirtió en un espectáculo brutal. Le Pen, 48 años, tiene el verbo suelto, el rostro acorazado y demasiado espacio sin ocupar en el disco duro. Francia, terrorismo e inmigración son las únicas palabras con las que se siente cómoda. Cuando las desliza en una frase, su voz se solidifica y afila hasta adquirir el perfil de una tuneladora. El resto del tiempo hace ruido, miente -hasta 20 intoxicaciones le ha detectado la prensa gala- y, al llegar a la economía, su ignorancia produce escalofríos hasta en una parte de sus seguidores. Al cabo de veinte minutos de debate, agotada ya la veta de presentar a Macron como el hijo de Hollande, el mayordomo de la UE y el lacayo de las finanzas, su único refugio fue la interrupción constante y la sonrisa suficiente que componían unos labios huérfanos de dato o argumento. Macron, 39 años, ya tenía fama en la Universidad de defenderse mejor en los exámenes orales que en los escritos. De hecho, el miércoles sólo se le detectó un error de calado: situar a Francia como único país europeo que no ha doblegado el paro. Buen estudiante, magnífico relaciones públicas y eficaz fontanero presidencial, se sabe de carrerilla su programa, entre otras cosas porque viene a ser la continuación corregida del que Hollande ha aplicado estos últimos cinco años. A Macron, tecnócrata centrista y compasivo, le gusta la microprecisión de los detalles para huir de los grandes planteamientos. Si, por ejemplo, tiene que hablar del modelo sanitario, subraya que la devolución de gastos de óptica incluirá montura y cristales. Montura y cristales, repite. Macron acierta al desnudar el vacío programático de Le Pen y al estigmatizarla como candidata de la derrota que huye al galope de Europa y de la globalización. Sin embargo, sus contraataques están moderados por un aura que se quiere presidencial y a menudo se queda en profesoral. Una y otra vez sus andanadas desembocan en un latiguillo -»dice usted muchas tonterías»- que acaba por provocar una queja-grieta de la roqueña Le Pen: «Yo no le insulto; no me insulte». Si las encuestas no se equivocan, el impoluto europeísta Macron se impondrá con claridad este domingo a la nacionalista marrullera Le Pen, porque el debate apenas habrá cambiado nada. Suspiro de alivio. Sin embargo, tras oír a Macron durante 150 minutos, persiste la duda sobre su capacidad para sacar a Francia del estancamiento que en 15 años ha agrandado el foso social y ha permitido a los Le Pen pasar del 17,79% de 2002 al augurio de un 40% en 2017. Aunque, cada cosa en su sitio, tras el domingo el rumbo futuro de Francia quedará en realidad pendiente de una tercera vuelta. La que se disputará el 24 de septiembre en Alemania.