Ya sabíamos de la sacralidad del ´procés´ por sus mártires (Mas, Homs), su ecumenismo radical (la CUP) y la promesa del maná que lloverá del cielo en cuanto los elegidos atraviesen el Sinaí monclovita. Ningún lenguaje es más idóneo que el religioso para un pueblo a la busca de su destino, y el catalanoindependentista lo es, aunque sus profetas no sepan a dónde lo conducen ni si por el camino se hará la luz o será necesario caer de rodillas y pedir perdón. Pero como no hay presente sin pasado, hubo un tiempo de tinieblas previo a la vislumbre de esa luz titubeante; un «Génesis» del ´procés´ en el que Marta Ferrusola (matriarca vital, Eva de todos los catalanes) hacía y deshacía con las cuentas de los Pujol en Andorra, esa «congregación» de la que ella se proclama «madre superiora», adjudicando a su primogénito el papel de «capellán de la parroquia». Ha indignado que Ferrusola, ferviente católica, emplee el lenguaje religioso para cifrar los oscuros manejos financieros del clan. Cabe la indignación, pero no la sorpresa: el doble lenguaje de la ´mestressa´ es perfectamente acorde con la doble moral del catolicismo español; sobre todo, con el de los tiempos de la oprobiosa y sus estertores. Y que la esposa del ya-nada-honorable lo utilice revela en qué caldo ideológico se ha cocido su guiso, qué frutos obtuvo el padre-fundador con sus chantajes a empresas y políticos, sobre qué cenagal, en fin, pretenden sus hijos putativos erigir el Estado de sus sueños. Eso sí, en descargo de la matriarca hay que decir que su comportamiento esconde una virtud: era ella quien dominaba a su marido (y no al revés, como prescribe el «Génesis»), y eso puede ganarle el respeto de muchas mujeres deseosas de probar su valía entre los caínes y los abeles; pero con un matiz: son conductas femeninas, pero no feminizan nada: sólo emulan ladinamente las de los hombres.