Hace tan solo unos días, el pasado día 6 de mayo, la víspera de la victoria de Emmanuel Macron en las presidenciales francesas, se inauguraba en Bruselas la Casa de la Historia Europea, un proyecto que comenzó su andadura en 2007 de la mano del entonces presidente del Parlamento Europeo, el alemán Hans-Gert Pöttering, y que ha tardado diez años en materializarse definitivamente. Situada en el Parque Leopoldo, en pleno corazón de la capital belga, la Casa de la Historia Europea se levanta, con una superficie de 4000 m2, en el renovado edificio Eastman, una antigua clínica dental para niños desfavorecidos inaugurada en 1935, en cuya rehabilitación se ha respetado escrupulosamente su diseño original, y en el que destacan sus notables muestras arquitectónicas y figurativas de art decó, entre las que sobresalen las pinturas murales de Camille Barthélémy basadas en las fábulas de Jean de La Fontaine.

En su primer discurso como presidente del Parlamento Europeo, el 13 de febrero de 2007, Hans-Gert Pöttering ya expuso el proyecto de construir un museo que permitiera profundizar en la historia de Europa para comprender mejor su evolución presente y futura. Un año y medio más tarde, en octubre de 2008, Hans Walter Hütter, quien había sido presidente de la Fundación de la Casa de la Historia de la antigua RFA, presentó el informe, que había dirigido junto a un comité de expertos, en el que se daba forma al proyecto, cuyo contenido y estructura fue encomendado a partir de 2012 a un equipo interdisciplinar de profesionales y a un comité científico encabezados por Taja Vovk van Gaal y Wlodzimierz Borodziej, respectivamente.

En el informe de Hütter, que llevaba por título Fundamentos conceptuales para una casa de la historia europea, y que recogía el espíritu de Pöttering acerca de la construcción y preservación de la identidad europea, se ponían de relieve los objetivos de la futura Casa de la Historia Europea: «la amplia superación de los nacionalismos, la dictadura y la guerra, así como la voluntad existente desde los años cincuenta de convivir en paz y en libertad en toda Europa, (y) la unión supranacional de carácter civil, deben ser mensajes prioritarios de la Casa de la Historia Europea». Y en el que se añadía que es misión de la Unión Europea contribuir a «la mejora del conocimiento y la difusión de la cultura y la historia de los pueblos europeos», recogida en el artículo 151 del Tratado Constitutivo de la Comunidad Europea.

Han transcurrido apenas 9 años desde la publicación de aquel informe, durante los cuales la crisis económica ha dado al traste con muchas de las expectativas que entonces tenía la Unión Europea, a lo que en la actualidad hay que añadir la inestabilidad de un nuevo orden mundial multipolarizado, el problema de los refugiados, o el terrorismo internacional.

La inauguración de la Casa de la Historia Europea ha tenido lugar además en medio de una crisis interna de la unión política, provocada por el ascenso de los populismos y de los partidos eurófobos, que han alcanzado resultados electorales sorprendentes (es el caso del Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia), y por el Brexit que sacará al Reino Unido de la Unión Europea previsiblemente en 2019. La victoria de Macron el pasado día 7, ahuyentado temporalmente las amenazas de implosión interna de la Unión Europea, por la importancia que Francia, junto con Alemania, tiene para la supervivencia del proyecto europeo, nos sitúa ante un escenario diferente pero aún poco tranquilizador. El euroescepticismo es una realidad innegable, a la que las autoridades europeas no deben dar la espalda, sino todo lo contrario; afrontar con políticas de cohesión y de integración que, reconociendo la diversidad europea y la complejidad de sus problemas, sean eficaces y realistas.

El camino seguido, desde sus inicios en 1957 con el Tratado de Roma, de lo que es hoy la Unión Europea ha sido largo y no exento de dificultades. Han sido muchos los errores, pero mayores han sido los aciertos por el mero hecho de que la unión política europea es hoy una realidad tangible, en la que sin duda hay que seguir avanzando para seguir consolidándola. Pero, sobre todo, esta necesidad de preservar la Unión Europea ha de conjugarse necesariamente con el fortalecimiento de sus estructuras democráticas, corrigiendo los desequilibrios interiores, y adoptando una posición de claridad y firmeza ante los nuevos retos del mundo actual. La Casa de la Historia Europea, de cuyo diseño técnico ha sido responsable la empresa española Acciona, es más que un museo de la historia de Europa, es un instrumento al servicio de la conciencia y de la integración europeas, y un referente de la casa común que es y debe seguir siendo Europa. Una Europa de los ciudadanos y de los pueblos que, respetando la diversidad potencie la integración y la cohesión en torno a los valores fundacionales de la Unión Europea, que son en definitiva la paz, la justicia y la democracia. Quizás sea el momento, como ha expresado Antonio Tajani, actual presidente de la Eurocámara, en la inauguración de la Casa de la Historia Europea, de abrir el debate y la reflexión sobre Europa.

*Juan Antonio García Galindo es catedrático de Periodismo de la Universidad de Málaga