Pone el dedo en la llaga la profesora Adela Cortina cuando dice que si los emigrantes molestan, y llegan a despertar odio, es sobre todo porque son pobres. Estamos hechos así, aunque valores, principios y creencias ayuden a superarlo. El afán de ser más que otros está en cada persona, y cuenta más que la propia tenencia de bienes de cualquier clase, que es sobre todo un signo externo de superioridad. A partir de ese hecho, los demás son consecuencia: el que es más que otros se convierte en objeto, a la vez, de admiración y de envidia, y el que es menos suscita desdén y afán de que no salga de ahí para igualarse. Con todo, no son iguales los pobres de dentro, que podríamos llamar domésticos, que los de fuera, que a fin de cuentas vienen a comer de nuestro pastel. Sólo viéndonos así, tan miserables, podemos afrontar el reto de tratar (sin bajar la guardia un minuto) de ser de otra manera.