Sucedió en los Estados Unidos y ha vuelto a suceder en Francia. Ambos países sufrieron los llamados ciberataques, la intrusión ilegal y clandestina de piratas informáticos -hackers, en la jerga técnica- en los archivos y mecanismos relacionados con las elecciones a la presidencia con el propósito, más que evidente, de manipular los resultados. Es probable que el ataque haya tenido lugar en otras partes -Italia, Reino Unido- y, de hecho, Holanda decidió contar a mano los votos de sus elecciones del pasado mes de marzo para evitar los riesgos. De forma sorprendente, los gobiernos se ven superados en el pulso informático por los hackers, dejando de lado el que esos piratas puedan quedar amparados por todo un aparato estatal como por ejemplo, y según se sospecha, el de Rusia. Si el oso ruso ha metido las zarpas en las urnas ajenas es bastante probable que haya otros predadores al acecho. Pero, como decía, lo pasmoso es que ni siquiera los Estados Unidos con todo el poder de su imperio -en declive, si se quiere, pero imperio hegemónico aún en todo el planeta- no hayan podido evitar las injerencias. Con lo que resulta que la herramienta esencial en cualquier Estado de derecho, el del voto popular, se ve amenazado sin que sea posible evitarlo salvo recurriendo al clavo ardiendo de la marcha atrás en el tiempo, es decir, contando los votos de forma manual. Añádanse al temor gubernamental las voces que advierten del posible fin de internet si proliferan los inhibidores de anuncios. De pronto, cuando la globalización era ya un hecho, nos encontramos con que lo que sale de la lámpara de Aladino más emblemática de la postmodernidad se nos escapa de las manos. Sin que sepamos qué hacer porque, desde luego, ya no podemos ni imaginar lo que era el mundo antes de que proliferasen las herramientas virtuales. Cabe pensar que la sangre no llegará al río, que aparecerán los medios técnicos capaces de devolver la confianza al recuento de los votos. Pero las amenazas ligadas a la piratería no se quedan en eso: desde el nuevo timo de la estampita, en forma de los correos en los que te ofrecen premios y herencias, al robo de la identidad, cuando no de las tarjetas de crédito, estamos en manos de los piratas. La universidad de California obliga a los profesores a pasar cada año un curso de seguridad informática para que sepan defenderse de la piratería; lo sé por propia experiencia. La mayor parte de lo que enseñaba el curso último tiene que ver con la suplantación de identidad y se refiere a cosas más que sabidas. Pero el hecho simple de que haya que seguirlo pone de manifiesto el alcance de la alarma. En especial, porque las consecuencias asustan. Trump ganó en los Estados Unidos y Le Pen se quedó a un paso de hacerlo en Francia. ¿Estamos seguros o no de que era eso lo que querían los piratas?