Me pasma lo de los pilotos de Fórmula 1. Van a 300 kilómetros por hora, soportando fuerzas G que aplastarían una sandía, sorteando curvas imposibles, montados sobre 900 ruidosos caballos de potencia, y cuando el regidor de televisión conecta con la radio de la escudería se oye murmurar al conductor con tono calmado y monocorde como si diera los números del bingo: «Yes, the engine is hot, the brakes doesnt works, its posible i crash in the next corner». Ahí lo tienen, es asombroso. Si el piloto fuera andaluz se oiría un griterío parecido a esto: illo illo illo, no ve qué guapooooo, no funciona ná, de esta me mato, decidle a mi churri que la quiero.

Y hasta aquí mi aportación al humor provinciano y al gracejo facilón sobre el acento de cada quién. Distinta es la versión que se ha publicado de El Principito de Saint-Exupéry, un panfleto asqueroso en el que traducen el bello texto original francés a lo que estos garrulos entienden por andaluz, cuando no es más que una retahíla fonética de un paleto comiendo polvorones. El pasaje no sólo es imposible de leer, es dañino, lesivo, hiriente e injusto para con todos esos grandes autores que llevan años elevando la cultura andaluza a sus más altas cotas, es un esputo en la cara de todas esas gentes que desean demostrar, dentro de su envidiada singularidad sureña, que nuestra comunidad no es un cortijo de analfabetos. A modo de ejemplo, así empieza el amago de libro: «Una beh, kuando yo tenía zeih záñiyoh, bi un dibuho mahnifiko en un libro a tento´eh la zerba bihen ke ze yamaba ihtoriah bibiah». Ustedes mismos, son afortunados si no les han estallado los ojos.

El artífice de esta aberración literaria es un tal Juan Porras, destacado miembro del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT) y exconcejal izquierdoso por Mijas que pasó a la historia de Youtube cuando, en apoyo de los pueblos indígenas del mundo mundial, se posicionó durante un pleno municipal en contra de llamar Descubrimiento de América a una calle, pidiendo en cambio que la susodicha se llamase Vía Romana, como si el imperio itálico hubiera invadido media Europa a golpe de poemas y abrazos. Pues ese es el personaje. Un lumbreras, alguien a quien bien podrían haber echado por abusón del casting de Azarías en Los santos inocentes.

Para colmo esta noche aparece Rosa de España en casa de Bertín, llorando a moco tendido y renegando de su acento y su dicción. Pobre criatura, no sé cuántos logopedas dice que ha contratado, y en definitiva para nada. Dinero tirado si lo que pretendía la de Peñuelas era marcar las eses como un punto de inflexión entre lo que fue y lo que es. Triste, muy triste, porque en estas lides no hay nada más bonito que enfrentarse al universo con el orgullo de tus raíces, con tu pronunciación por pica y escudo. Ya pagó un alto precio personal el gran humorista Manu Sánchez por saltar profesionalmente a la capital del reino y dejarse el acento en Despeñaperros. Él mismo reconoció el error y hoy es digno e inagotable embajador de todo lo que huele o sabe a Andalucía, con sus luces y sus sombras, sus pros y sus contras, sus zetas y sus haches haspiradas.

El deje, la tilde y el orgullo deben ir de la mano, como los de Antonio Banderas, que al ver vapuleada por la turba su propuesta cultural para el Edificio Astoria, ha decidido poner el acento en su amor propio y dejar el bolsillo para mejor ocasión.

Y es que una cosa es provocar al personal haciéndonos pasar a todos los andaluces por catetos con media lengua, como en la penosa adaptación de El Principito, y otra muy distinta es coger la humildad de una tierra y plasmarla negro sobre blanco llevando a gala la zona donde nació y el acento que le adorna, como en la impagable obra El miajón de los castúos, en la que el poeta Luis Chamizo encumbró con maestría el habla extremeña desde la ternura, el respeto y la seriedad.

Tras ver el debate socialista me asalta una duda que se resolverá en unos meses ¿Esperará Susana a Despeñaperros, o a la altura de Dos Hermanas ya hablará como si fuese de Valladolid? Tiempo al tiempo, ni pollah.