Antonio Banderas se va. Pierde Málaga. Pierde Banderas también. Banderas es nuestro primo guapo y admirado, que un día se marchó en un tren a ver esas estrellas de Madrid que son como espuelas de plata y con las que lo mismo había que bajarse al moro para no pillar un ataque de nervios.

Ahora vuelve todas las semanas santas, como las torrijas o el potaje de bacalao. Banderas es el malagueño que más admiración y simpatía despierta, se lo merece y se lo ha ganado. Ni siquiera los malagueños notables y muertos generan consenso en esta ciudad cainita en la que para unos Cánovas era un cacique bien ajusticiado y para otros un reformador y un intelectual de primera línea. Banderas pudo ser nuestro Cánovas antaño o ahora que vuelve a reformarse El Parque-La Alameda, cuya construcción propulsara aquel ministro.

Un Cánovas bueno que trajera modernidad a una Málaga que sin embargo ya está moderneando por el Pompidou y el Picasso y el Ruso y que ya exporta más actores y talento. Ahora van en AVE y si la cosa no va bien se van a limpiar mierda a los váteres de Londres. Los váteres de Londres, sus sumideros, están llenos de vocaciones de actores de todas las nacionalidades. Banderas retira la idea de reformar el Astoria porque no lo verá claro ni le verá negocio y porque no genera unanimidad. No sabemos de qué insultos habla. Hay que ser muy idiota para no ser crítico con Banderas, pero hay que ser muy mezquino para insultarlo o faltarle al respeto.

Es acojonante del todo que Banderas no sepa que todo aquí se somete a la guasa y el cachondeo y la palmadita y hay que ver «zu primo» que grande eres. Pero ojo: al decir que en Málaga ha recibido un trato humillante está elevando a los titulares de todo el globo a una Málaga humilladora. Él.

Málaga pierde no sabemos si un contenedor cultural de primera o un vulgar mercado gourmet con fachada de lujo. La culpa de la espantá y del cabreo del (magnífico) arquitecto Seguí y el actor son muchas. Culpa tiene el alcalde por permitir una chapuza de concurso de ideas no vinculantes. De la Torre ya no es un alcalde fuerte para generar consensos claros. Al menos en eso, estorba. Estorba para el futuro de Málaga.

La oposición se le opone, que es lo que hace una oposición seria, oponerse y pedir la papela y no poner la alfombra al primero que viene, por mucho que el primero sea, en efecto, reconocido como primus inter pares. Banderas se mosquea y arrea contra la reata de burócratas de la cosa pública y el malaguismo se zahiere en las redes llorando la marcha de este Boabdil, que a su vez llora como un niño lo que no ha sabido defender como especulador, ya que no lo es. Aquí hay una lucha entre un malagueñismo (déspota ilustrado) y otro malagueñismo más asilvestrado y de vísceras que ve chorros de maná por todos sitios.

A Banderas le apestan ciertos procedimientos y ayer decía en su carta en Sur que le huele todo mucho a corralón. No sabemos de qué se extraña. Huele también a lucha de poder entre lobbys de arquitectos y prohombrecitos por ver quién se lleva el garum al agua.

Yo particularmente lo que lamento es que se vaya con el Starlite a otra parte (¿Y con Marbella qué le pasa, que no quiere ni que se reforme la zona que lleva su nombre?) y nos prive de los longoriazos, es decir de hacernos fotos en los fotocoles con las celebridades de Hollywood. Claro que lo que tal vez teme Banderas es que al acabar, el cóctel haya que tomárselo en un puto antro sin glamour. A morro.