Difícil se lo están poniendo los electores alemanes con sus últimas votaciones regionales al crucial eje franco-alemán y de paso al conjunto de la Unión Europea.

Ha sido un batacazo tras otro para el partido de Martin Schulz, el candidato socialdemócrata a la cancillería, y ello no puede dejar de tener repercusiones también a nivel europeo.

A los desastres sufridos por el SPD en las elecciones del Sarre y Schleswig-Holstein acaba de sumarse el más doloroso de todos: la pérdida de su tradicional bastión de Renania del Norte-Westfalia.

Los corresponsales atribuyen la última derrota sobre todo a problemas internos: obras y atascos en las autopistas en un país adicto al automóvil, un desempleo superior al de otros ´laender´ y el revuelo en torno a las agresiones sexuales a mujeres en la Nochebuena de 2015.

Agréguense a ello los atentados terroristas como el de Berlín y tenemos el cóctel perfecto para que los electores de ese país apuesten por la seguridad y estabilidad, que muchos siguen asociando a la canciller Angela Merkel.

Pero lo sucedido con el SPD pese al recambio en su cúspide con la llegada de un Martin Schulz que tantas esperanzas había despertado en algunos, tiene también una lectura en clave continental.

Lo que se deduce en principio de las victorias de la CDU en las tres últimas elecciones regionales es que los ciudadanos se sienten cómodos con la canciller y parecen desconfiar de las veleidades europeístas del expresidente del Parlamento de Estrasburgo.

Martilleados por una prensa que continuamente acusa a los países del Sur de irresponsables y manirrotos, los ciudadanos de los tres ´laender´ citados han apostado por lo seguro.

Pero la continuidad de las políticas de Merkel y su inflexible ministro de Hacienda, Wolfgang Schäuble, es letal para una Europa que necesita urgentemente un golpe de timón por parte de Berlín para encontrar una salida a la crisis.

Y es letal también para el recién elegido presidente de Francia, el liberal Emmanuel Macron, quien ha de demostrar cuanto antes a sus compatriotas que consigue algo que no logró su predecesor socialista, François Hollande.

Éste llegó al palacio del Elíseo con la promesa de torcer el brazo de la canciller en el llamado pacto de estabilidad, pero pronto se vio que no estaba ni de lejos a la altura del desafío que él mismo se había marcado.

Quedan ahora apenas 130 días para las elecciones federales alemanas, y lo dramático para todos es que Macron y Merkel tienen intereses en principio contrapuestos en este período político clave para ambos países.

El francés necesita acabar en sus cien primeros días con el autismo del actual Gobierno germano para poder ofrecerles algo a sus ciudadanos.

A su vez, Merkel y su ministro Schäuble tratarán de resistirse todo lo que puedan, sabedores de que sus ciudadanos ven con recelo cualquier cosa que sea dar un cheque en blanco a los países del Sur.

Berlín no quiere saber nada, al menos de momento, de eurobonos, de mutualización de la deuda, de un seguro de desempleo a nivel europeo y otras reclamaciones de los países de la crisis y sólo exige reformas y más reformas.

La exigencia de mantener la estabilidad presupuestaria cueste lo que cueste ha demostrado que no funciona y Berlín no parece querer entenderlo.

Resulta casi irresponsable por su sensacionalismo titular como hace esta semana Der Spiegel con una foto del presidente de Francia y la leyenda: «Caro amigo: Emmanuel Macron salva a Europa, y Alemania tiene que pagar».

Y en declaraciones al mismo semanario, el ministro Schäuble rehúye una vez más toda responsabilidad por el actual estado de cosas. La culpa es siempre de otros.

Si Alemania tiene un superávit del 8 por ciento de su PIB es, dice, por la competitividad de su industria, pero sobre todo porque el euro está devaluado por culpa de política de bajos intereses del Banco Central Europeo.

Y lo único que propone Schäuble al resto de los europeos son medidas «realistas» en pro de crear la «unión digital y energética» o impulsar la «unión de defensa».

Por lo demás, la misma cantinela de que «los acuerdos están para cumplirse» o que no le corresponde a él «mostrar generosidad», sino que el cumplimiento de las reglas presupuestarias es tarea de la Comisión Europea.

Macron, cuyo posicionamiento en la derecha ha quedado perfectamente claro con el nombramiento de su primer ministro, proclama ahora que Europa necesita una «refundación histórica».

Algo que recuerda aquella broma de la «refundación del capitalismo», que dijo en su día su antecesor Nicolas Sarkozy. Y Berlín seguirá exigiendo a Francia y al resto reformas y más reformas antes de ceder sólo lo mínimo.