El sistema inmunológico es el encargado de combatir las infecciones en el cuerpo, y cuando éste detecta una invasión ajena se disparan las defensas para hacer frente a la agresión y alcanzar con ello la homeostasis, es decir, el equilibrio interno entre ambas fuerzas. El problema surge cuando factores ambientales o genéticos alteran el buen funcionamiento de la naturaleza y se desencadena una enfermedad autoinmune, esto es, el propio cuerpo no reconoce ciertos organismos que le son innatos y se ataca a sí mismo de forma implacable, autodestruyéndose en una suerte de suicidio involuntario, interno y doloroso. La única solución que ha parido la medicina moderna para combatir este mal es simple: mermar el sistema defensivo hasta casi anularlo, alargando así la calidad de vida en detrimento de la exposición a cualquier infección, lo que hace que el enfermo deba, en teoría, afrontar su supervivencia con ciertas cautelas.

Partiendo de esta base científica no es descabellado afirmar que el PSOE no está malito, el PSOE está morituri te salutant. Se infectó de desidia, de odio, de estupidez. Se contaminó de Iglesias, Errejón, Bescansa y demás virus. Se contagió de populismo y superchería. Ahora, primarias mediante, se desangra por su propia inacción, por dañarse a sí mismo. El domingo quedó clara la bipolaridad reinante, y la mitad del cuerpo atacará al otro 50% como si no le perteneciera, como si fuera una infección ajena. El problema, aunque algunos lo deseen, es que no puedes amputarte la mitad de ti, o, al menos, no es lo más recomendable si pretendes enfrentarte al mundo en igualdad de condiciones con el resto de competidores, que no sólo se mantienen enteros, sino que se fortalecen vampirizándote, encontrando en tu debilidad el contrapeso a la corrupción y a la propuesta chavista, respectivamente, porque hay elecciones que se ganan y otras que, simplemente, por incomparecencia del contrincante, no se pierden.

Lo curioso del PSOE es que aún no ha pasado lo peor, sólo ha sido diagnosticado. Ahora debe estar dispuesto a curarse, purgarse, pagar un alto precio y sacrificarse en beneficio de un ideario que hace años metieron bajo el cojín del poltrón desoyendo a su electorado. Sus colegas europeos no lo hicieron y están en coma, muertos según el francés Manuel Valls. López es un superviviente por omisión, y Díaz, la choni venida a más, traicionada porcentualmente en su tierra, alguien cuyo único mérito conocido es haber heredado un legado siempre cuestionado. Dos apellidos, dos formas socialistas de entender la vida, de intentar esquivar la muerte.

Pero ya no depende de ellos, sino de Pedro Sánchez, de quien ya vaticiné en octubre de 2016 que no estaba muerto, que estaba de parranda. El advenedizo de verbo embaucador vuelve a la carga tras perder las elecciones con el peor resultado de la Historia. Es una peonza humana deseosa de retomar el pito y la gorra de plato para dirigir un proyecto centenario que peligra, que desconoce la vacuna contra el endiosamiento y el ombliguismo, que se niega a hacerse un chequeo. Ahora están en manos de un hombre empecinado en paralizar España. Al fin y al cabo los casi 200.000 militantes demuestran estar en las antípodas del electorado real, como si TVE volviera a presentar a Eurovisión al rubito del gallo. Ellos sabrán.

Y ahí tienen a Susana, de perdedora, en un rol incómodo al que no nos tiene acostumbrados. La versión femenina de Felipe, la aspirante a secretaria general cuyos recuerdos son un patio de Sevilla y su anhelo un vestidor en Moncloa. En fin, sólo cabe felicitar al PSOE, o no, y desearle que sea capaz de estar a la altura de un país que lo necesita, pues en todo esto hay una verdad absoluta: las Cortes Generales se pudren. Se gangrenan por los casos de corrupción que acorralan al PP, por el desnorte y la enfermedad autolesiva del PSOE, por el vómito pestilente y barato de Podemos, o por el discurso vacuo e impersonal de Ciudadanos.

El primero de todos ellos en prevenir la infección saldrá victorioso, el resto va directo a la morgue. De todas formas qué quieren que les diga, no me fío de ninguno, y mucho me temo que para eso, como para lo autoinmune, aún no se ha inventado la cura.