Paco va cada semana a su hermandad, vuelca un par de quintos de Victoria, deja sus dos euros en la barra y pica billete. Carmen, más de lo mismo, se toma una copa de Ribera y una tapa de ensaladilla en la cofradía, deja sus tres euros y se queda un rato charlando sobre asuntos de secretaría. El piadoso ambigú le deja, al final del año, cuatro perras a la hermandad. Lo típico, un sitio donde convivir y tomarse algo. Sin más.

Hace unas semanas cerraron un ambigú de una hermandad rociera de Sevilla por vender más de la cuenta y alimentar botellones callejeros.

Los cofrades han de entender que una cosa es el autoconsumo y otra es la competencia. Sobre todo porque en Málaga tenemos auténticos salones de celebración en casas de hermandad -con terrenos municipales cedidos- que hacen la competencia a salas que han de cumplir una normativa fiscal y de seguridad. Esto es, hay cofradías que juegan con ventaja frente a empresas que viven de este negocio.

Una cosa es, coyunturalmente, montar una Cruz de Mayo o una verbenita; otra es cerrar tres días por semana el salón para celebraciones privadas que dejan unos euros en la hermandad a cambio de donaciones estipuladas en la tabla de tarifas.

«Pero hombre, si no pasa nada y deja dinerito a las cofradías»; hasta que un día pase, que diría un cuñado. Cocinas casi industriales sin personal cualificado o zonas acondicionadas para celebraciones y fiestas sin salidas de emergencia que tienen tráfico semanal y con dinero de por medio. Hay cosas que, debajo de la alfombra, hacen demasiado bulto.