El domingo 21, casi al mismo tiempo que el Madrid ganaba la Liga, Pedro Sánchez asaltaba la Secretaría General del PSOE. Los medios de comunicación no sabían a qué suceso dar prioridad. Ambos, aunque de naturaleza tan diferente, habían generado muchas expectativas. Había, en fin, un público deseando escuchar las primeras declaraciones de Zidane, y, otro, muy pendiente de las de Sánchez. A veces, esos dos públicos convivían en el mismo cuerpo. ¿A qué atender, pues, a qué conceder el protagonismo informativo? El mando a distancia del televisor se convirtió en el verdadero objeto del deseo de las familias. Las pantallas cambiaban de La Sexta, que ofreció una cobertura completa de lo que ocurría en Ferraz, a los telediarios convencionales, en los que se dedicaba un espacio considerable al fútbol.

Mi impresión general es que, tanto en las emisoras de radio como en las de TV, ganó la batalla el fútbol. Y bien, el Real Madrid se alzó con el trofeo, vale. Eso no cambiará nuestras vidas en los próximos meses o años. El éxito, en cambio, de Pedro Sánchez alterará el mapa político hasta extremos que ahora mismo no somos capaces de imaginar. No es que se vaya a producir una revolución ni nada parecido, pero no hay duda de que se modificarán los equilibrios que venían manteniéndose hasta ahora en el Parlamento. Las dificultades del gobierno de Rajoy aumentarán y no es descartable un adelanto de las elecciones. España entera, en fin, y no solo el PSOE, se jugaba algo en esas primarias que tanto ruido hicieron y continúan haciendo.

Pero la batalla informativa, la noche de autos, la ganó en fútbol. Y al día siguiente, en la celebración que los merengues llevaron a cabo en la plaza de la Cibeles, había más gente que en la manifestación convocada por Podemos en la Puerta del Sol dos días antes. No sabe uno qué pensar de todo esto. Si hubiéramos vivido bajo una dictadura, habríamos achacado a una orden del dictador la rareza de que los medios eligieran el deporte como la noticia de la jornada. Pero no es el caso. Los medios pudieron elegir en libertad qué suceso destacar sobre el otro. Debemos deducir, pues, que cada uno de nosotros lleva dentro un pequeño dictador que proporciona relevancia a lo que no la tiene.