Una Liga, una Champions, un ascenso o un descenso, aunque a veces pueda parecerlo, no se ganan ni se pierden en el último minuto del último partido ni por los árbitros o la fortuna, siempre necesaria en cualquier juego; perseverancia es la baza, como en la vida. El Real Madrid entonó el alirón frente al Málaga de Míchel, dejando atrás sus demonios tinerfeños a manos de los chicos de Valdano, a quien los forofos blancos mantienen en el baúl de sus fobias. Y no por aquello, superado por un cinco a cero con él de técnico en el Bernabéu a los blaugranas del hipercreativo Cruyff, su bestia negra entonces, sino por cuitas comunicadoras más recientes derivadas de una supuesta inquina suya con el madridismo florentinesco.

Luis Enrique hubo de recrear con Suárez y Neymar la gloriosa creación canterana de Guardiola, a quienes asoció meritoriamente con el príncipe Messi, circunstancia de la que algunos dudábamos, sobre los rescoldos del legendario sistema que entronizó don Pep. Y aunque le salió bien sus primeros años, ha acabado devorándole. Al más billetero que creativo Pérez, su apuesta por Zidane también le salió redonda a la primera. Don Florentino, muy acertado, halló el talismán que lo encumbrará finalmente al Parnaso de las glorias blancas, diecisiete años después y mil trescientos millones de euros gastados en fichajes mediante, que se dice pronto. Y hay que felicitarle, por mucho que se le puedan criticar otras cosas.

Lo que es el fútbol: hace tres años meditaba una segunda espantada porque tampoco veía el camino de sacarle punta a su segundo proyecto, pero aquel cabezazo de Ramos en el 93 en Lisboa iluminó las sombras que rumiaba con sus más cercanos. La duda es que el omnímodo mandamás no se aburra pronto de su propio éxito, veleidoso como es, y opte por buscar horizontes alejados de su guardiolesco Zidane enarbolando su errónea máxima: ser entrenador del Madrid es lo más fácil del mundo porque basta con sacar a los mejores. No creo que cometa tamaño error; demostraría ser tan poco inteligente, y no lo tengo yo por tal, como cuando presume de sabelotodo futbolero.

Con esta Liga ganada por los blancos, que venimos apostando hace meses, será porque habrán sido mejores -y si no, lo sería el Barça-, y como dice elegantemente el propio Luis Enrique, habrá que dejarse de excusas y felicitarles. Y lo mismo con la que sería su doceava Champions. Además, ambos logros tendrían el valor añadido de finiquitar la hegemonía blaugrana en el siglo XXI y el inicio de otro reinado merengue, tanto nacional como europeo. Estaremos hoy expectantes en la final de la Copa del Rey.