El sexo da mucho que pensar. Porque no entendemos sus misterios. Por eso, todo lo relacionado con la sexualidad produce quebraderos de cabeza. Y también rompe corazones. Porque el enfrentamiento entre hombres y mujeres va en aumento. Y la pareja está en crisis. También la familia. Y es que las normas sexuales han cambiado mucho y muy rápidamente en los últimos años. Con la revolución sexual, que se inició en los años sesenta, se consiguió una sexualidad basada solo en la diversión, sin ataduras ni compromiso. Pero, aunque la liberación se acogió con euforia, pronto se puso de manifiesto la dificultad de vivir esa desvinculación. Y muchas mujeres, inmersas en un mundo de uniones sin compromiso y de inseguridad afectiva, buscaron, y buscan, en la maternidad, una vinculación segura que les proporcionase protección psíquica frente a los cambios de la vida. De hecho, cuando a una mujer se le pregunta por qué quiere tener un hijo, sus respuestas son: «para llenar el vacío», «por miedo a la soledad», «para que alguien me necesite de verdad», «para darle significado a mi vida», «por temor al incierto futuro»... Porque no hay niño/a, en general, que no quiera a su madre. Pero, ¿qué sucede cuando la autonomía de los hijos rompe esa unión en la que tanto se confía? ¡Qué complicados somos los humanos! Y contradictorios. Sin ir más lejos, no hace tanto tiempo que la mujer estaba siempre condicionada por el hombre, que era el que elegía, y la soltera tenía que soportar el sambenito de mujer rara, de virgen sobre la que se podían hacer bromas soeces, de vientre inútil que no había engendrado hijos. Y hoy, sin embargo, cada vez es mayor el número de mujeres que, voluntariamente, deciden vivir solas. Y el de las que, solteras, desean tener un hijo. La verdad es que, en los últimos tiempos, hemos retrocedido en el terreno afectivo. Tenemos problemas a la hora de expresar y sentir el amor. Porque amar significa olvidarse un poco de uno mismo. Y ver a las personas como objetos de amor, no de placer. Pero, como la vida es un aprendizaje continuo, un recomponer de cristales rotos, quizás debamos ponernos manos a la obra y rehacer algunas cosas. Porque la libertad desvinculada que hemos conseguido, sin normas ni coacciones, nos ha llevado a un mundo complejo, sin modelos, individualista y hostil, que nos ha despistado bastante.