Hace ya mucho que el PSOE debió haber asumido el carácter plurinacional de España, o al menos que España sea una «nación de naciones». Si algunos pueblos de España, además de reunir rasgos nacionales típicos, albergan el sentimiento de ser una nación, y la voluntad popular ha hecho que sean habitualmente gobernados por formaciones políticas que profesan ese ideario, ¿qué sentido tiene negarlo? Pero a esos factores de simple lealtad con los hechos se añadía la necesidad de una verdadera estrategia de Estado para estar en condiciones de terciar, llegado el momento, entre el unitarismo y los separatismos, liderando propuestas de encuentro capaces de rediseñar la arquitectura del país, sin poner en cuestión su geometría básica. No se ha hecho nada de eso cuando debió hacerse, y ahora quizás sea muy tarde para poder cumplir ese papel, menos aún con una fuerte controversia interna.