Decía El Pali que Sevilla tiene una fuente con unos niños meones, llamada la de la rana para más señas, y alguien cuyo lapidario anti belicismo se resume en que hay que hacer menos misiles nucleares y más pavías de bacalao merece ser tenido en cuenta, no puede estar equivocado. Aquí en Marbella también tenemos fuentes, pero por desgracia tenemos muchos más meones. De un tiempo a esta parte la otrora joya de la Costa del Sol se ha convertido en el destino favorito de rufianes, maleducados, y desalmados de bolsillos escuetos y vejigas como cantimploras que responden al llamamiento de anuncios que prometen diversión barata y etílica sin fin durante 48 horas. A un panal de rica miel cien mil moscas acudieron.

En su inmensa mayoría se trata de ingleses borrachos que por algún extraño motivo aterrizan en Málaga y olvidan que están en Europa. Se comportan como si llegasen a un universo artificial en el que todo vale, un oasis orgiástico de fiesta y desenfreno en el que no hay que pagar las consecuencias. Pero esto sería quedarse en la superficie del problema, pues para que esto ocurra deben confluir varios factores: unos hosteleros locales que miman a estos bastardos, un gobierno local alejado de la realidad de su pueblo, una estéril normativa de ordenanzas municipales que controle tanto desmán y, cómo no, una piara de jóvenes cuya única razón de su existencia es que tiene que haber de todo en este mundo.

Llegan en manada, jaleándose, echándose huevos a ver quién da más de sí, con bañadores y bikinis como único atuendo, y toman las calles de Puerto Banús y Nueva Andalucía como si fueran suyas, con la suficiencia y la chulería de quien ha pagado y exige la locura contratada. Casi les molesta que los vecinos no les aplaudamos cuando vomitan por las aceras entre coros y cánticos de sus colegas, les parece incomprensible, y no les falta razón. Cómo es posible que la ciudad que parece haber institucionalizado el turismo de borrachera reniegue del comportamiento de los valientes que recogen el guante y alimentan con sus libras a estos pobres españolitos. Es como si vas a Eurodisney y el tío disfrazado de Pato Donald se cabrea por sacarte una foto con él.

Es cierto que no debo sacar las cosas de madre. Lo del descerebrado que atropelló a varias personas y colisionó con otros vehículos tras darse a la fuga es una anécdota, una rareza, una singularidad. Lo que sí empieza a ser el pan nuestro de cada día son los ríos de orina, las peleas, los griteríos, las vomitonas, la suciedad, en resumen, la desvergüenza desatada como si no existiera un mañana, y quien diga lo contrario miente. Y ellas no se quedan atrás, se exceden tanto a o más, y hacen gala hortera de su condición bajuna exponiendo al sol sus blancas y mantecosas pieles, un espectáculo que, en la práctica mayoría de los casos, se aleja de lo deseable. Supongo que sus tristes y grises vidas necesitan de una buena dosis de chonismo desaforado que les haga olvidar que el lunes estarán nutriendo el ganado del metro o el piso superior del afamado bus rojo en un rutinario trayecto a ninguna parte, un camino a lo cotidiano, un pasar los días entre rellenar las lagunas alcohólicas de lo que pasó y soñar con ahorrar 200 euros para repetir la hazaña, como los catetos que cinco meses después aún lucen en la muñeca la pulsera del todo incluido dominicano.

Piense que usted, querido lector, lleva todo el año trabajando, pagando sus impuestos, aguantando lo indecible como todo hijo de vecino, contando las jornadas para disfrutar de unas merecidas vacaciones. Llega el día, monta a toda su familia en el coche y llega al lugar deseado, ese que tan bien conoce desde hace años, donde a usted le gusta tumbarse a la bartola, y descubre que su paraíso se ha convertido en un estercolero humano al que va a parar lo peor de cada casa. A buen seguro que no sólo no repetirá la experiencia sino que además publicará a boca llena el infierno tan desagradable que ha vivido. Ese impacto publicitario es lo que se exporta ahora en algunas zonas de Marbella, un edén malogrado por la irresponsabilidad de algunos, un lugar que recuperar para muchos.

Inglaterra es mucho más que esos embajadores, Marbella no se lo merece, y usted, querido amigo, siempre será bienvenido, porque El Pali tenía razón, con más pavías de bacalao y menos gilipollas se veranea mejor.