Estábamos enfrascados con el Astoria y el rascacielos portuario cuando la actualidad parió una flamenca con traje de lunares. Parecía una anécdota simpática, aunque a medida que se han ido conociendo detalles la vergüenza ajena ha sido creciente. El elemento de la discordia, una bailaora pixelada realizada en mosaicos, forma parte de una serie de 29 imágenes repartidas por la ciudad, inspiradas en la estética del videojuego de los años 80 Space Invaders. Su autor mantiene su identidad en secreto, ya que proclama que sus intervenciones «son ilegales en un 99%», y confiesa que un galerista que ha patrocinado alguna de sus intervenciones estuvo encarcelado por ello, y que hay lugares a los que no puede volver por ser prófugo de la Justicia. Porque este proyecto lleva desarrollándose desde hace décadas en muchas ciudades; el anónimo artista goza de reconocimiento internacional y es reclamado desde distintas galerías y centros de arte del mundo, entre ellas el CAC. Siguiendo su proceder habitual, con nocturnidad y «mortero de alta resistencia y fraguado rápido» fijó la creación en la fachada del Palacio del Obispo (que goza de la categoría de BIC), cuyos venerables revestimientos habían sido restaurados con cargo al erario público. Sin permiso, ya que en la esencia de la intervención está esa vena provocadora.

El director del CAC, instigador de la actuación, emulando ese espíritu provocador del artista, declara que el mosaico posiblemente sea más importante que el palacio. Ya saben: toda ciudad que se precie debe tener en su centro algún invader, junto a las otras franquicias comerciales habituales. Lo de los palacios barrocos ya tal. Mientras, el alcalde vuelve a apelar a la excepcionalidad para justificar, aunque con tibieza, otra vulneración del marco legal, ¿les suena? Qué insoportablemente banal parece todo.