El manual de las buenas prácticas políticas y del buen gobernante lo deja muy claro. Cuando uno sufre una derrota, y más cuando es inesperada, lo primero que se recomienda es regresar cuanto antes a los cuarteles de invierno y comprobar que no hay nadie en tu silla; revisar la tropa; desempolvar ese ´plan b´ que nunca pensó en utilizar; fijar prioridades; prescindir de colaboradores que no hayan estado a la altura de lo esperado o que ni si quiera hayan estado; y ejecutar de forma acelerada todo lo previsto para evitar dejar más espacio del necesario a una oposición crecida en Andalucía y que amenaza la supervivencia del último gran reducto del socialismo en España.

Todos los cronistas parlamentarios y opinadores de buena pluma coincidían estos últimos días en resaltar que Susana Díaz ha vuelto a casa, lo que confirma que durante un tiempo estuvo fuera de Andalucía y que mantuvo descuidada una comunidad cuyos ciudadanos le han cogido el gusto a eso de salir a la calle y protestar. Qué cosas tiene la gente con el blindaje que se prometió a las «líneas rojas» de Educación y Sanidad.

Creo que fue el coordinador de IU, Antonio Maíllo, sí el que le pegó un repaso el pasado miércoles en el parlamento andaluz a cuenta de la frustrada nominación de Diego Valderas para la Memoria Histórica, el que acuñó que Susana había iniciado su propia ´Operación retorno´. Pues sí. Susana está de vuelta y tiene la difícil papeleta de borrar del pensamiento del votante andaluz una idea que ha calado gracias a la insistencia del popular Juanma Moreno de que en los dos últimos años estaba más dedicada a su propia trayectoria personal que a solucionar los problemas de los andaluces. Hombre, cierto pero demasiado maximalista. Por eso ha pisado el acelerador y en un par de días ha tensionado tanto a su equipo que la mitad anda con agujetas y reflex ya que estaban poco acostumbrados a meter la quinta marcha.

Díaz quiere recuperar en dos años de legislatura que queda el tiempo perdido por sus escaramuzas en su batalla fallida para liderar al PSOE en España, donde se comprobó, por cierto, que parte de su equipo de campaña no había pisado una agrupación socialistas desde que se afilió, pues de haberla pisado hubiera olisqueado que el único motivo cierto de la derrota en las primarias con Pedro Sánchez tiene una fecha y un lugar: 1 de octubre de 2016, Ferraz, sede del partido en Madrid.

Una noche, la de la derrota electoral en las primarias, le ha sido suficiente para poner en marcha su «plan b» y retornar con fuerza a los mandos de un gobierno andaluz inactivo y con un número elevado de consejeros de perfil muy bajo, casi desconocidos e incapaces de apagar los fuegos que se suceden por la comunidad. De hecho, es curioso que justo al final de la crisis y cuando parece que hay una cierta recuperación de derechos, en Andalucía estallan mareas por la sanidad o la educación públicas cuando en los años más duros de los recortes pocos salieron a la calle a reclamar sus derechos.

Otro ejemplo. Me cuentan que cuando es fiesta local en Sevilla pocos son los consejeros que salían de gira y mantenían una agenda de trabajo. Claro, como en Sevilla no se trabaja, pensarán para qué lo voy a hacer en Almería o Bollullos del Condado. ¡Vaya pereza!

Por eso, Díaz se fijó a corto plazo un nuevo escenario que pasaba por reactivar la agenda institucional hablando sólo de asuntos que afectan a Andalucía y sin mensajes nacionales que no fueran arrearle a Rajoy o Montoro; templar a su socio de gobierno, Ciudadanos; y realizar un cambio profundo en su propio gobierno para tratar de recuperar la iniciativa política y relanzar la gestión. Todo en una semana.

Cumplidos los dos primeros objetivos tras la entrevista que mantuvo con el presidente de Ciudadanos, Juan Marín, para hacer balance sobre el cumplimiento del pacto de investidura, donde se aseguró que el acuerdo estaría vigente lo que queda de legislatura, el miércoles se presentó en el parlamento andaluz para abordar de forma monográfica la situación política de Andalucía. Aunque en el debate no salió del todo airosa, sobre todo en el cara a cara que mantuvo con el portavoz de IU, Antonio Maíllo, sí logró reactivar su gestión política con una batería de propuestas de marcado perfil de izquierdas para crear empleo y recuperar derechos como la bonificación del 99% de las matrículas universitarias; una renta mínima de insercción social para familias con ingresos inferiores a 415 euros al mes; la creación de una mesa de calidad del empleo con los agentes sociales; la incorporación de más de 5.000 profesores o un calendario de aperturas de los centros sanitarios prometidos y que acumulan años de retraso.

Para su regreso estelar la presidenta optó por lo que siempre le funcionó al socialismo andaluz. Esas promesas de las que Manuel Chaves y Gaspar Zarrías eran unos expertos: mucha política social; que sus consejeros gasten suela de zapato; medidas ´gratis total´ que tanto gustan a cualquiera; una foto potente con empresarios y sindicatos con la firma de la concertación social y mucha caña al Gobierno de la nación. Qué bueno es que siempre haya una administración superior a la que culpabilizar de todo. Francisco de la Torre, maestro consumado en este arte, responsabiliza de todos los males de Málaga a la Junta de Andalucía; y Susana Díaz ha virado otra vez sus cañones hacia el Gobierno del transparente Mariano Rajoy para reclamarle una financiación justa, entre otros asuntos. La confrontación siempre da resultados, aunque es un discurso de muy bajo nivel.

Susana ha vuelto para quedarse. No le queda más remedio. Desconocemos si en dos años le dará tiempo a corregir tantos errores de sus ya exconsejeros y apaciguar a las mareas que han destapado que una cosa es lo que se vende y otra muy diferente lo que se hace. Dos años tiene.