Con seguridad, Theresa May quiso convertir las elecciones británicas del pasado día 8 de junio en una especie de May Day particular, en una nueva fiesta de la primavera, consiguiendo un rotundo éxito electoral. Theresa Mary May, líder del Partido Conservador y Unionista, y primera ministra del Reino Unido, apenas lleva todavía un año en el cargo, al que accedió el 13 de julio de 2016 tras la renuncia de David Cameron, y a cuyo gabinete había pertenecido como ministra de Interior; sin embargo, el 18 de abril de este año, la primera ministra británica anunciaba ya elecciones generales anticipadas en el Reino Unido, tres años antes de lo previsto. Con toda probabilidad, forzada por la división del Partido Conservador y por el Brexit, quiso convertir las elecciones generales en un plebiscito que le permitiera negociar con apoyo masivo la salida del Reino Unido de la Unión Europea, que se había saldado con un 51,9 % de partidarios del Brexit en el referéndum sobre la permanencia.

Pero la política es un arte incierto, y la victoria que esperaba May adquiere tras los resultados tintes amargos. Su May Day particular puede acabar convirtiéndose en el inicio de un camino duro y difícil de gobernar. Cuando Theresa May decide convocar nuevas elecciones, estaba convencida de obtener una gran victoria y de noquear definitivamente al laborismo británico, al tiempo que reforzaría su posición ante la salida de la Unión Europea. Los resultados muestran, sin embargo, un panorama complejo. Con un 42,3% de los votos y 317 escaños, el Partido Conservador pierde la mayoría absoluta, aunque sigue siendo el partido mayoritario. Por su parte, el Partido Laborista de Jeremy Corbyn ha sido la gran sorpresa, obteniendo 262 escaños y el 40% de los votos emitidos. El descalabro del Partido Nacional Escocés de Nicola Sturgeon, que ha obtenido 35 escaños, perdiendo 21, y el ligero incremento de los Liberal Demócratas de Tim Farron, que han pasado de 4 a 12 escaños, configuran básicamente la nueva Cámara de los Comunes. Los recortes en materia de seguridad, la política inmigratoria, los atentados de Manchester y de Londres, y una política económica de contención del gasto público, han influido, sin duda, en la tendencia del voto de una parte importante del electorado. Estos resultados arrojan a primera vista una serie de conclusiones generales, que muestran sobre todo que la opinión pública sigue jugando un papel determinante en los procesos electorales, y que los ciudadanos siguen hablando en las urnas. Entre ellas, a modo de aproximación, se pueden destacar las siguientes: a) que la sociedad británica es más dinámica y menos inmovilista de lo que nos hacen suponer algunos análisis; b) que, como en otros países europeos, los resultados dificultan la gobernabilidad y obligarán a una política de pactos; c) que, pese a ello, la opinión pública británica sigue dividida entre las dos grandes fuerzas políticas tradicionales: conservadores y laboristas; d) que el laborismo permanece con fuerza, y que su líder, a quien se daba ya por amortizado, ha conseguido devolver la confianza al partido para ser alternativa de gobierno sin renunciar a la socialdemocracia; e) que hay un espacio de movilidad entre los votantes conservadores, todavía mayoritarios, y los votantes laboristas, y que ese desplazamiento en una y otra dirección consolida un sistema fundamentalmente bipartidista que otorga, pese a las oscilaciones, una gran estabilidad al sistema; f) que presumiblemente la tendencia eurófoba de la población británica haya disminuido, más preocupada por otras cuestiones; g) o que pese a la salida de la Unión Europea, Reino Unido tras estos resultados puede afrontar su salida con otro talante negociador, más flexible y satisfactorio para ambas partes.

Como europeos, y como ciudadanos de la Unión Europea, lo que ocurre en Reino Unido nos interesa y nos incumbe. En el actual escenario mundial, la Unión Europea necesita salir reforzada de todos los cambios políticos nacionales e internacionales que se están produciendo para continuar siendo un referente de desarrollo social y económico, y sobre todo democrático. Reino Unido, geográfica y geopolíticamente seguirá siendo Europa, y tanto Reino Unido como la Unión Europea deben seguir siendo conscientes de que compartimos un mismo espacio de convivencia y que defendemos el mismo modelo de desarrollo. Los desafíos del mundo actual nos afectan a todos por igual, más allá de las fronteras nacionales y sea cual sea la evolución futura de la política británica.