No sé si los señores del PP siguen la prensa extranjera; ignoro si les preocupa lo más mínimo lo que se dice fuera de España de la corrupción en sus filas o de su gestión, a todas luces desastrosa, del problema catalán.

Sí sé que desde que está Mariano Rajoy al frente del Gobierno de la nación, España apenas cuenta fuera: hasta el presidente rumano, a quien acaba de recibir en la Casa Blanca Donald Trump, parece tener de pronto más visibilidad mediática.

Excepto en los años en los que el socialista Felipe González presidía nuestro gobierno e intimaba con Mitterrand y Helmut Kohl, España ha estado siempre como en off-side en el panorama internacional.

La otra excepción serían los gobiernos de José María Aznar, aunque fue demasiado elevado el precio que pagó el país por la foto de nuestro vanidoso presidente junto a George W. Bush y Tony Blair en la aciaga cumbre de las Azores.

Alemanes, franceses, italianos e incluso nuestros más humildes vecinos portugueses se han preocupado todos estos años de colocar a su gente en puestos internacionales clave, pero a nuestro Gobierno parecen preocuparle tales minucias porque está en otras cosas.

Otras cosas al parecer más importantes como situar, eso sí, a sus afines en puestos claves de la estructura judicial para intentar así limitar los daños por los escándalos de corrupción que afectan al partido.

Mientras tanto, la cuestión catalana sigue enquistándose; los independentistas salen una y otra vez a la calle a protestar en inglés y catalán contra Madrid, y algunos medios extranjeros creen ver sólo la heroica y romántica lucha de un pueblo pequeño y valiente contra un poder opresor.

Hablan, por ejemplo, de los excelentes conocimientos de otras lenguas tiene el presidente catalán, Carles Puigdemont, de que su esposa es rumana; él mismo ha aprendido incluso ese idioma y sus dos hijas son bilingües, y contrastan todo ello con el monolingüismo y el carácter taciturno de Rajoy.

Señalan que los catalanes despiertan hoy simpatía sobre todo en ciertos países del Este de Europa, los últimos incorporarse al club de Bruselas, países que el presidente catalán conoce bien de su etapa de periodista.

O recogen las declaraciones de Puigdemont en las que niega haberse embarcado con los suyos en una cruzada nacionalista porque a pro-europeos, según él, no hay quien los gane.

Mientras tanto, no vemos que el Gobierno del PP haga otra cosa que burlarse una y otra vez de lo que califica de «postureo» de los secesionistas y repetir hasta el aburrimiento que se opondrá a la declaración de independencia con la Constitución en la mano.

Cuando se tiene enfrente a un Gobierno tan antipático como el del PP, heredero del franquismo en muchos de sus tics, todo - la manipulación de la historia, los agravios inventados, la insolidaridad más crasa o la corrupción de los propios- parece pasar a segundo término.