Más que de un retrato, en este caso el del portavoz del Partido Popular en el Congreso, Rafael Hernando, habría que hablar de un autorretrato porque lo cierto es que el personaje en cuestión suele retratarse voluntariamente a través del tremendismo dialéctico con el que, de cuando en cuando, suele complementar el agrio y vacío discurso que le caracteriza. Poseedor de un narcisismo xxl, se regodea en la leyenda que le precede y que le define como un tipo duro, provocador, a medio camino entre el estilo del matón de barrio y el de campeón tabernario exhibidor de biceps de gimnasio. Sus intervenciones, dentro y fuera de la Cámara, salen de sus labios como balas trazadoras, ajenas por completo a los usos parlamentarios civilizados en los que caben encarnizadas peleas ideológicas que, aún entrañando notable dureza argumental, no rebasan los límites de una tolerable convivencia entre contrarios. Pero el señor Hernando viene directamente de la caverna para estremecer a la concurrencia con el indisimulado desprecio que acompaña a sus zarpazos de alimaña, adornándose con toda clase de muecas, guiños y risitas, con las que pretende subrayar la onda expansiva de sus vituperios. El caso es que, a causa de alguna función cerebral desconocida, el señor Hernando se cree gracioso e incluso -¡qué audacia!- llega a pensar que su bronco e incivil comportamiento es ironía cuya captación escapa al resto de los mortales salvo a sus palmeros. Vivir para ver.

Hace algunos años, el autorretratado señor Hernando sorprendió -y conmovió- a la opinión pública con unas estremecedoras palabras, llenas de insensibilidad y desprecio, acerca de la batalla de los familiares de las víctimas del franquismo que, en aplicación de la ley sobre la Memoria Histórica, solicitaban la búsqueda de los restos de sus seres queridos. A estos angustiados ciudadanos, el señor Hernando tuvo la desfachatez de arrojarles el siguiente escupitajo: «Algunos se han acordado de su padre enterrado sólo cuando había subvenciones». Es difícil dar con un ejemplo comparable de crueldad hacia el dolor de los otros.

Se nos antoja desalentador comprobar que el señor Hernando, tras el revuelo, el rechazo social y las denuncias presentadas, saliera de rositas de tamaña ofensa inhumana. Cosas de este país. Increpar a un agente del orden en una manifestación puede acabar con multa o con calabozo pero el señor Hernando puede vomitar sobre la memoria de tu padre y seguir ostentando un destacado cargo político.

Y, como la cabra, claro, tira al monte, ayer mismo, el señor Hernando encontró la manera, tan fácil para él y su conocido estilo, de convertirse en protagonista, en el tramo final de la moción de censura presentada por Podemos. Sabido es que en la controversia política se producen choques entre adversarios, de gran dureza, pero se han respetado siempre las alusiones personales. Se trata de un ley no escrita que se respeta por los llamados representantes de la soberanía popular, menos por parte de nuestro personaje. Porque, como digo, ayer mismo, haciendo honor a su consentida fama de parlamentario salvaje se permitió una alusión, totalmente ilegítima e inoportuna sobre la relación de la señora Montero con el señor Iglesias. Una alusión rebosante de machismo carpetovetónico porque se proponía, con zafiedad , «picar» al líder de Podemos sugiriendo que, para algunos, Irene Montero, había tenido una mejor actuación parlamentaria que la suya. Cerró la envenenada ocurrencia con un cobarde lance, asegurando que él no quería interferir en la relación entre la portavoz y el secretario general. Todo ello en un tono cínico y en el peor sentido del término «jesuítico». Y no digamos nada del falso y sobado corolario: si he molestado pido disculpas.

En su réplica, pese a lo que se preveía, el señor Iglesias, que, desde luego no me cuenta entre sus partidarios, se negó a responder a la torpe provocación para no dar relieve ni protagonismo a maniobra tan deplorable y alejada de la controversia política. Quiero pensar que hasta en la bancada popular habría congresistas avergonzados o avergonzadas por el exabrupto machista de su compañero de escaño pero lo cierto es que su bochornosa intervención fue rubricada por los entusiastas aplausos de quienes se convirtieron en cómplices de este jabalí parlamentario.

Me gustaría soñar con un país y una clase política en los que no tengan cabida personajes de este perfil. Pero estoy despierto.