El ardor arboricida del malagueño no conoce descanso; se recrudece cuando la savia se reactiva en la madera de los sufridos árboles de las calles de su ciudad y alcanza luego su cénit coincidiendo con la floración de jacarandas y tipuanas, a las que achaca la suciedad de su automóvil. Es una pulsión extraña a la que ya hemos dedicado bastantes líneas en este espacio, y que (sorprendentemente) no decae en los meses estivales, cuando los efectos beneficiosos del arbolado urbano son más evidentes.

Es cierto que la errática y en muchos casos poco atinada gestión municipal en esta materia ha construido un extenso catálogo de malas prácticas, cuajado de talas y podas brutales. Pero hay que confesar que muchas de estas actuaciones han partido de peticiones vecinales, aunque no deja de ser curioso que se escuche al que protesta y no al que está satisfecho. Otro caso es el de las plantaciones erróneas ya sea por la distancia de plantación o por la especie escogida. No deja de ser asombroso que, en una latitud y un clima en los que la radiación solar puede ser cegadora y francamente molesta, haya vecinos que se quejen de que la copa de un árbol prospera frente a su ventana. Me pregunto qué pensarán los habitantes de las tenebrosas ciudades del norte de Europa, con sus calles alineadas de frondosos tilos y castaños de indias.

La mediana de Carranque es uno de los pocos lugares en que los ficus plantados hace tres décadas han alcanzado buen porte y se desarrollan sin problemas, salvo los derivados de unos alcorques demasiado exiguos. Pero hay quien pide su erradicación y sustitución por árboles de hoja caduca. Espero que el solicitante sea muy joven pues, de ser atendida la solicitud, tardará treinta años en disfrutar de su sombra.