Resulta que hacía una vida que no sabíamos de él. Si había fallecido, si se había metido a monja carmelita, si devino en lama tibetano, o si se reencarnó en el que le pasa el paño a la rodilla del cristo más venerado de su ciudad. Ángel Garó desapareció de la paz de los platós para aparecer en la guerra de Sálvame. Mal negocio. O bueno, según vaya la cartera del humorista que, todo hay que decirlo, nunca, ni cuando estaba en la cresta de aquella ola del Un, dos, tres, me hizo ni puñetera. No le cogía el tono. No me pellizcaba el cerebro. No me reía con él, en definitiva. Su humor me pareció débil mental. Tontito. No me lo creía. Sí, mucha plumita, mucha inflexión de voz, mucho acento andaluz, que siempre parece abrir las puertas del descacharre, pero nada, humo. Cuando terminó el programa de Chicho Ibáñez Serrador, para mí terminó el señor Garó, aunque leo que de vez en cuando aparecía en otros programas como invitado de relleno, es decir, como el que apura la llama de su éxito pasado, de su único éxito. ¿Algún lector puede decirme algún trabajo destacado del humorista después de su colaboración con el Un, dos, tres? Yo tampoco. Claro que ha hecho cosas, y las seguirá haciendo. Hay que vivir. Pero una cosa es la vida pública y otra la privada. De repente, un asunto privado lo ha devuelto a una actualidad chunga, chabacana. Ni siquiera quiero extenderme en este aspecto. Me da pudor. Lo cierto es que don Ángel Garó ha caído en las garras de Telecinco a raíz de sus asuntos privados de pareja. Escribo con prudencia porque, insisto, los asuntos de la gente cuando del catre y el corazón se trata, son asuntos privados. Hasta que se venden por dinero. Es lo que hizo Ángel Garó el sábado pasado sentado frente a Jorge Javier Vázquez, donde contó que su novio lo denunció por maltrato. A partir de ahí, el propio Garó abrió la veda. Ha vuelto a la vida de los platós de la peor manera posible. Seguro que sin querer, y quizá por necesidad, el señor Garó ha resucitado como detrito.

Gorrinadas TVE

Lo de Garó, siendo triste, es lógico. Lo malo, lo peor, es que alguien, algo, un programa de la tele que aún no se ha visto ni estrenado, salga ya en formato desecho, embalado como detrito camino del estercolero, oliendo a gallina muerta, a cadáver descompuesto. Sólo el nombre saca de mí el espectador agresivo que llevo dentro en cuanto tratan de venderme la moto del amor de manos de la cursilería. Me ataca. Y me defiendo. Hotel romántico. Ese es el nombre del festival del amor. No se preocupen, ya he vomitado. Lo peor es que detrás de semejante gorrinada está TVE. Se ha grabado, o se está grabando, en la ciudad suiza de Davos, entre nieves y pinares. El simpático Roberto Leal presenta este First dates de la pública, o sea, que ejerce de alcahueto, es decir, el nuevo Carlos Sobera, la nueva Luján Argüelles. Eso sí, nada de chicos carcomidos por clavos en los labios, chicas ojerosas que se pintan los pelos de rosa, jóvenes que tienen pito pero se sienten chicas, garrulos de gym que van buscando a su princesa con pinta de regentar un burdel de carretera, nada de eso, en Hotel romántico la diversidad no existe. Hombres y mujeres como dios manda, con gustos como dios manda, y mayores de 50. Vivirán unos días en la ciudad alpina, harán pruebas, medirán sus gustos, y quizá surja el amor entre algunos. Eso es Hotel romántico. Una pavada. Detrito que aún no ha nacido y ya está en fase de velatorio. Es como el programa ese de, válgame el cielo, Telecinco. Se llama Cámbiame, y se debe a la Fábrica de la tele, la factoría que produce la mejor basura para la empresa. Por ese programa, como saben -¿lo saben?-, pasa gente que quiere cambiar de imagen, de look, dicen ahí. Para eso cuenta con un equipillo de expertos que deciden que si eres rubio te tiñen de moreno, si tienes el pelo ondulado te lo alisan, y si te van los vaqueros te plantan unos pantalones de tergal. Por esa memez pasó un paquidermo que se ha puesto cebado, un tipo llamado Antonio Tejado, ex de una tipa llamada Chayo Mohedano -perdónenme si huele la columna a vomitona, he vuelto a arrojar el desayuno-. Le tiñeron la barbilla de rubio oxigenado, le encasquetaron una gorrita de joven malote, y lo echaron de nuevo al mundo. Entró muerto a Cámbiame, y salió peor.Pornografía

Dije al principio que Ángel Garó volvió a la vida de la peor manera posible. Volvió como muerto. Hacerlo en Sálvame es la peor vuelta que se pueda imaginar. Su risa falsa y estridente como una diva patética, como un caminante de The walking dead seguido por la cámara hasta sentarse junto a Jorgeja, era el anuncio de la tormenta que durante esta semana se ha desencadenado. Él solo, arrogante, alucinado, en un planeta donde sólo tiene ojos para su ego enfermo, se dirigió al precipicio. Lo que vino detrás era cosa de horas. Y se armó. Ni la abuela quiere saber nada de él. Dijo por teléfono esta semana que daría su sangre por su nieto, pero que no quiere verlo ni en pintura, que lo quiere lejos de ella. Chungo. Ni la abuela de Eduardo Inda habla así del nieto. En el paquete de la descongelación y vuelta a la vida del humorista que no tiene ni chispita de gracia pasaron la escena del balcón, esa donde el patético donjuán residente en Málaga se asoma en bolas y grita a la policía que no piensa bajar para formalizar la denuncia -por ruido, al camión de la basura- porque él está en otro nivel, Maribel. Ya digo, patético. En la boca de ese lobo que Garó abrió con su delirio ya han aullado su hermana, su tío, la novia de su tío, su novio, y él mismo -por dinero-. Pobre hombre. La mueca de su sonrisa es la de los muertos que saben que lo son. Aramís Fuster, la bruja, pide paso en el grotesco banquete. Resucita como el detrito que siempre fue diciendo ahora que ve muertos, y de hecho, en un vídeo de un humor desatado, pasan imágenes de ella hablando con una foto de la madre a la que le pide que se la lleve de este mundo. Pobre diabla. Exagerada y falsa como Ángel Garó, sólo producen pena, esa sensación obscena de ver por la mirilla de la puerta miserias tan íntimas que son pura pornografía.La guinda

Gran cínico

Si para conseguir audiencia hay que matar animales, la cosa está muy malita -se habla de La isla, La Sexta, un programa de supervivencia extrema donde cazaron un caimán en la última entrega-. Repitamos de nuevo. Si para conseguir audiencia hay que matar animales, la cosa está muy mal. Quien habla es Frank Cuesta -Wild Frank, DMAX-, que molesta, invade, aterroriza y usa a los animales para conseguir audiencia.