Se trata de un verbo reflexivo con evidente sentido distinto según se trate de hombre o mujer, pero dejemos un terreno en el que tan fácil es resbalar y caer en abominable sexismo y hablemos del despatarrarse masculino en el asiento, que es lo que está en juicio estos días, tras los carteles de Carmona en los buses. Ese despatarre, lo digo alto y claro, es un gesto supremacista. No supremacista de género, sino supremacista sin más, un supremacismo mínimo (aunque esto parezca oximoron), molecular, nano, pero supremacismo al fin, por lo que no veo mal su represión. De hecho los grandes supremacismos que a cada tanto surgen, y arrasan cuanto hallan a su paso como un tornado, se forman por agregación de miles y millones de esas moléculas, anidadas en estado letárgico en recovecos de la masculinidad. Perseguirlas cuando se desperezan (despatarre) ayuda a evitar que despierten del todo.