El Ayuntamiento de Málaga ha creado una unidad especializada en hostelería. Especialmente para vigilar las terrazas. Cuando leí este titular sentí un gran alivio. Eso y unas ganas locas de que alguien de la tal brigada pasara por delante de donde estaba sentado. En efecto, había pedido un sombra templado y me lo habían traído hirviendo. Oiga, agente, que esto no hay quien se lo tome, le habría dicho.

La brigada terracista o terracera va a estar compuesta por tres oficiales y nueve funcionarios, que no sabemos si habrán sido detraídos de la lucha contra el crimen organizado, de la batalla contra el picudo rojo de las palmeras del parque o de la regulación del tráfico.

Ignoramos el aspecto de los integrantes de tan novedoso servicio, pero convendría que fueran de uniforme. A ver si va a estar uno tomando un gin tonic y de pronto un nota o una nota va a estar mirando fijamente y vamos a creer que es un ligue y va a resultar ser un policía. O al contrario. Lo mismo es un ligón o ligona y tras el cruce de miradas, en lugar de decir lo propio, o sea, estudias o trabajas, vamos a decirle: para mí, agente, que a este pitufo a la catalana le han echado jamón perruno. El noble arte del terraceo va a ser vigilado, pero los efectivos son escasos y las terrazas, cientos. En tiempos de Estrabón una ardilla podía cruzar la península ibérica de árbol en árbol. Ahora, un malagueño puede ir de terraza en terraza durante todo el día sin apenas dar pasos. Este florecimiento del comercio (y del bebercio) tiene sus apologetas y sus detractores. Ahora, también su policía. Toda la vida hemos pensado que el rey de un restaurante es el maitre. Ahora puede ser la policía, si bien parece que esta nueva autoridad no va a inmiscuirse en si al guiri le han dado gato por sangría o si la lubina está menos fresca que una lechuga del imperio bizantino y sí en si las mesas y sillas ocupan el espacio que han de ocupar. A los vigilantes de la playa sumamos los vigilantes de las aceras, que necesitan a veces protección. No solar. Con tanta policía igual se impulsa la delación, que es lo que pasa cuando hay tanto vigilante. No sería nada nuevo, dado que conocemos casos de hosteleros que se denuncian unos a otros. Los hay hasta que compran locales sin abrirlos sólo para que no los abra el de la competencia. Sentarse en una terraza a ver la vida pasar, criticar al Gobierno y tomar un pincho de tortilla ha sido deporte españolísimo. Incluso si la tortilla era francesa. Ahora puede ser también una actividad de riesgo sometida a vigilancia. Si las sillas hablaran se harían confidentes. Hartas de ser un asiento contable.