Mientras escribo estas líneas miro de reojo un ejemplar de la portada andaluza del ABC del pasado domingo. Veo a un Fandiño de unos 30 centímetros, nítidamente atravesado desde atrás por un asta de toro. A pie de foto leo el titular en mayúsculas, cornada mortal a Iván Fandiño, pero lo cierto es que la imagen es tan explícita que el breve texto me parece una burda reiteración, por elemental, porque la foto habla por sí misma. Miro al torero ensartado y casi puedo oírlo gritar. Es el aullido mortal de quien sabe que se le va la vida. Fandiño agarra el nacimiento del cuerno con su mano derecha, como intentando parar su avance, mientras con la izquierda busca la parte afilada y dañina del pitón, pero no lo encuentra, y en ese momento se da cuenta de que lo lleva dentro, muy dentro. Se tapa el vientre como si se le fueran a salir las tripas, pero no se le saldrá nada. Los litros de sangre oscura de un hígado destrozado quedarán dentro, sin remisión.

La portada, como les digo, es zafia y torpe por obvia. No da lugar a la más mínima sugerencia. Es un hombre vestido de rosa y oro que justo en ese momento sufre una herida violenta y funesta. Él no sabe que la cornada le ha partido la caudalosa vena cava, ni que sus entrañas se derraman de forma interna e irremediable, pero sí intuye una cosa, que se muere a chorros. La muerte de un torero siempre es mala noticia, y hacer de ella un reclamo para vender ejemplares no lo veo correcto. No consigo imaginar qué ha motivado la elección de la portada. Puede que sea un vano intento por mostrar a los anti taurinos la verdad de esta lucha sin par, gritándoles a la cara la crudeza y la igualdad del combate, pero si es así no consiguen el efecto deseado. Podían haber escogido a la cuadrilla llevándolo en volandas, o un perfil que indique la gravedad de la situación, pero no. En su lugar se han decantado por mostrar a un diestro fatalmente reventado, perforado en el momento exacto, violando así la intimidad de la parca. Ni morirse tranquilo puede ya uno.

Nunca me ha gustado Julio Verne, por hiperrealista y coñazo. Alguien que describe un árbol durante siete páginas no hace partícipe al lector, no le da juego, no le permite fabular con el escenario o la acción narrada. Antes bien, le impone su visión de la historia y punto. Pues creo que hasta Verne sentiría vergüenza ajena de esa portada del ABC, por abusona en su literalidad y olvidar por completo la inteligente complicidad de quien la mira. Con lo bonita y eterna que es la sugerencia, ese te enseño pero me escondo, ese mostrar sin prisa. Me temo que quien eligió la foto de portada nunca ha deseado la parte más suculenta de un postre, postergando ese bocado perfecto para el final. Creo incluso que nunca ha visto a alguien desnudarse coquetamente, es más, puede que ni quiera sepa que lo bueno se hace esperar. Pues esa torpeza se muestra a raudales en la edición dominical. Han cogido el camino fácil, lo burdo, la provocación.

Reconozco que vivimos tiempos en los que está todo visto, y cada vez es más difícil captar la atención del consumidor, pero tirar de crueldad evidente es un recurso que demuestra poca o ninguna inteligencia. En el callejón de la plaza siempre hay decenas de fotógrafos, seguro que en la redacción recibieron cientos de instantáneas, es decir, la opciones eran incontables, y va el listo de turno y escoge mostrarnos los estertores de un ser humano.

He visto decenas de portadas del fuego portugués. No he encontrado ni una de los cuerpos calcinados dentro de los vehículos. Por qué, porque simplemente no hace falta. Uno ve la carretera llena de ceniza y la lógica y el entendimiento hacen el resto. Por eso no acepto que un periódico como ABC haya decidido escupirnos la cara dolorida de un moribundo.

Iván Fandiño era padre de una niña, Mara. Una hija que el día de mañana buscará en internet fotos de su padre, y entre vueltas al ruedo y entrevistas encontrará la portada de ABC. Y la pequeña, que será lista, sabrá que un torpe director quiso enseñarnos la muerte de su padre como si fuéramos tontos.