Con la inauguración de la temporada estival, se extiende la convicción de que un Pedro Sánchez no hace verano. Sin embargo, el secretario general del PSOE insiste en transformar la marginalidad en excepcionalidad. Acaba de triunfar frente al estruendo en su contra, y pretende redondear la misma pirueta en el plazo más corto posible. Ferraz fue el primer destino de su humilde caravana, que ahora enfila la ruta hacia La Moncloa.

En la semana posterior al Congreso del PSOE, el ritual democrático obligatorio de la lectura de la prensa obliga a verificar la fecha de publicación de los abundantes artículos contra Pedro Sánchez. La mayoría parecían escritos durante las primarias socialistas, por la reincidencia en el escarnio. Solo una investigación en profundidad permitirá comprobar si los columnistas atareados han tenido que descongelar textos que ya emplearon el verano pasado, para urgir a la demolición del entonces candidato. Se ha adoptado únicamente la precaución de extirpar piadosamente de los sesudos comentarios la figura de Susana Díaz, que por entonces era la líder que los socialistas debían tragar por imperativo legal, y que hoy es apenas nadie.

Se atiza a Sánchez con tanta saña como si gobernara, cuando ni siquiera es diputado según se encarga de afearle el celoso Albert Rivera. De hecho, el escarnio del líder votado por los socialistas es tan intenso, que al columnismo sanamente hipercrítico apenas si le queda espacio para contar algo malo de Rajoy, sin que con ello se quiera prejuzgar que exista un solo aspecto negativo en la gobernación impecable del PP.

Por desgracia, la liquidación por derribo de Sánchez se viene intensificando desde hace un año, con paupérrimos resultados. Convendría cambiar de táctica, si no directamente de artilleros. Vista la insistencia, los cañoneros creen que no se equivocaron al disparar, sino que solo erraron el tiro. Vistos los resultados de anteriores bombardeos, cuesta distinguir si efectúan disparos o disparates.

¿Se puede lograr el apoyo de la mayoría en solitario? Enfrente del pelotón que lleva un año fusilándolo, Sánchez ahonda en el método que le devolvió la secretaría general, mientras sus enemigos golpean tozudos con las críticas que no lograron evitarlo. Einstein sostenía que la locura consistía en hacer la misma cosa una y otra vez, confiando en obtener resultados diferentes.

Es decir, Sánchez cree que repetir el comportamiento le conducirá a una segunda meta. Nadie puede garantizar este desenlace, dadas las condiciones iniciales cambiantes de todo experimento político. La c0herencia no garantiza el acierto, el triunfo requiere un grado de flexibilidad. En cambio, el equipo de aniquilación deposita su esperanza en acentuar los agravios. El secretario general del PSOE es un líder limitado, pero la casi unanimidad en su contra despierta un embrión de simpatía, desterrada la viabilidad de la admiración.

Hasta ahora, la campaña contra Sánchez se desarrollaba desde la convicción más bien impostada de que la hostilidad era compartida por una mayoría de los votantes de izquierda. Sin embargo, y dada la proximidad de las primarias que sorprendieron al mundo, la descalificación global del plan que llevó a Sánchez al triunfo en sus filas también desautoriza al conjunto del electorado socialista, por menguado que sea.

Sánchez no se redimió esgrimiendo complicadas ecuaciones que no sabría descifrar. Esbozó un plan muy sencillo, consistente en que el PSOE no puede apoyar bajo ningún concepto a Rajoy, por lo que cabe deshacer lo antes posible la entrega del gobierno al PP a cambio de nada. Los dueños de la formación socialista aplaudieron este planteamiento por mayoría absoluta de la junta general de accionistas, manifestada en las urnas. Sin embargo, los defensores a rajatabla del derecho de propiedad les niegan la legitimidad, en aplicación de criterios peligrosamente emocionales.

Ni siquiera puede discutirse ya si las propuestas de Sánchez son tan irracionales como pretende Otelo Rivera o un Rajoy que despacha una sentencia del Tribunal Constitucional como un «juicio de valor», denominación que en labios de Puigdemont hubiera ocasionado un clamor de los constitucionalistas. Los políticos más peligrosos son aquéllos que, en la mayoría de ocasiones por desesperación, están dispuestos a cumplir lo que prometieron. Sánchez fue banalizado por inconsecuente, y ahora se pretende satanizarlo por creyente. El zaherido dobla la apuesta, con solo los votantes a su favor.