Curiosamente, uno de los modos más eficaces de no hablar de un asunto consiste en hablar de él en exceso. Pongamos como ejemplo el cambio climático, ahora mismo protagonista de todas las conversaciones familiares.

-La paella ha quedado un poco emplastada.

-Sí, por culpa del cambio climático.

El cambio climático es real, palpable, tan real y tan palpable que el mundo se está acabando debido a sus efectos. Lo notas cuando te acercas al centro de una de nuestras grandes ciudades en alerta naranja por el calor. Uno no ignora que las dificultades respiratorias de sus pulmones tienen que ver con un fuego que viene del infierno. Uno sabe que si el semáforo tarda mucho en cambiar a verde, parte de la suela de sus zapatos se quedará pegada a la acera, que está al rojo vivo. Los sabios hacen previsiones catastróficas para dentro de nada que nadie escucha. Pero lo cierto es que en 50 años, si no comenzamos a actuar ya, una parte de la humanidad habrá desaparecido.

¿Qué hacer para fingir que nos preocupa?

Incluir el tema en todas las conversaciones hasta desgastarlo. Que cuando aparezca una cucaracha en la cocina se lo achaquemos al cambio climático. Que cuando el niño tosa por la noche, se lo achaquemos al cambio climático. Que cuando se nos sequen las plantas de la terraza, se lo achaquemos al cambio climático. Que cuando nos devuelvan un recibo del banco, se lo achaquemos al cambio climático. Todo ello, medio en broma, medio en serio, citando a Aznar y al primo de Rajoy. La cuestión es que el sintagma ´cambio climático´ aparezca en todas las conversaciones venga o no a cuento. Y eso es precisamente lo que está sucediendo ahora. Significa que hemos llegado a ese punto en el que hemos dejado de hablar del cambio climático precisamente porque no se nos cae de la boca. Ocurre algo parecido con el ´tema catalán´. Hemos leído tantos editoriales, tantos artículos, hemos escuchado tantas opiniones acerca de lo que ocurrirá o dejará de ocurrir, que es como si jamás hubiéramos hablado del asunto. Yo, al menos, estoy pez. Pero no nos agobiemos: es posible que el problema catalán lo resuelva el cambio climático. O viceversa.