Si dispusiéramos de un tiempo ilimitado acabaríamos sabiéndolo todo. Nada se oculta eternamente. Para saber a veces basta con esperar lo bastante, aunque al final no tenga uno muy claro si mereció la pena aguardar tanto para un resultado tan pedestre.

Todo esto viene a cuento de que en estos días finalmente hemos sabido el precio del retrato que el Ministerio de Educación ha pagado para inmortalizar a José Ignacio Wert, que ocupó la cartera tres años y medio. El asunto ha salido por 19.580 euros. Ya nos dejó dicho Antonio Machado que «siempre hay un necio/ que confunde valor y precio». En el Ministerio han justificado el dispendio diciendo que «es una tradición que todos los exministros de esta cartera tengan un retrato en las instalaciones». La concepción de la pintura como historia, podríamos decir, pero eso es solo la mitad de la explicación. Es un asunto muy viejo este de la relación entre memoria e imagen. Desde la antigüedad, pero sobre todo desde el Renacimiento, el retrato se ha considerado un tipo de imagen ligada por su propia naturaleza a la exhibición del poder social y político. Un elemento de legitimación de los poderosos, para quienes el retrato es una marca precisa de poder que se consuma a través de la memoria.

Hacerse retratar fue siempre un empeño de esa gente que se ve tan significativa como para que su cara y su figura queden plasmadas en un lienzo, de modo que las generaciones futuras tengan el placer de echarles un vistazo y admirarles. Cuando uno se hace retratar está confirmando que cree merecer la inmortalidad, que está tan convencido de ser tan importante que se siente en la obligación de dejar memoria de sí mismo.

De modo que los casi veinte mil euros pagados con dinero público para que el retrato de José Ignacio Wert luzca en las paredes del Ministerio debemos contabilizarlos como lo que es, un acto cercano a la soberbia, si no es soberbia en estado puro. He buscado ´soberbia´ en el diccionario porque es una palabra muy del catecismo del padre Ripalda y yo quería una versión más laica, y me he encontrado con una encantadora segunda acepción de ´soberbia´ en el de la RAE: «Satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás». Ahí lo tienes. Imagen y poder. Me retratan porque soy poderoso y soy poderoso porque me retratan. Y sin embargo€ Una vez me dijo Paco Toronjo, el gran cantaor de fandangos, algo que no he olvidado: «todo el que dice ´yo soy´ es porque no tiene quien le diga ´tú eres´».